"La vida de Javier" - Parte I

“La vida de Javier” - Primera parte
“Cómo vivir sus primeros años”
Vinicio Jarquín C., 7 de marzo de 2013

Estábamos entrando a 1985, enero daba “las primeras campanadas” que anunciaban el nuevo periodo; un mes en el que Javier cumpliría seis años de edad, sus primeros seis difíciles años en los que ya aparecían todas esas interrogantes, dudas y trastornos que no entendía, por las que no podía preguntar, ni sabía cómo aclarar en su cabeza.

-¿Cuál es la diferencia que se presenta tan marcada entre los niños y las niñas?, se preguntaba constantemente; -¿Por qué son tan distintos y por qué no se hicieron los mismos juguetes para unos que para otros?.

Javier entendía perfectamente que ellas no quisieran jugar bola, correr en lotes, jugar con higuerillas o subirse a los árboles; finalmente estaba consciente que ellas, muchas veces, andaban con zapatos más delicados y en enaguas que no les permitían disfrutar de las actividades de los niños; pero ¿Cuál era el problema, y por qué su papá y su mamá se asustaban tanto cuando los colores que escogía para su ropa eran similares a los que sus amiguitas seleccionaban, que por cierto lucían con tanto orgullo?, y ¿Por qué, si parecía tan divertido jugar con muñecas o a la casita, a él no se lo permitían?.

Hoy por hoy sabe qué era lo que ellos consideraban correcto; pero en aquellos tiempos y con lo que se conocía del tema, era a los que sus padres podían aspirar en cuanto a la educación de los niños correspondía.

No sabía, no entendía qué era lo que estaba pasando con él, aunque realmente lo que no entendía era lo que sucedía con sus papás al privarlo de tantas cosas. Porque, para él, todo eso era normal, y los anormales eran ellos. Aunque al contrario, ellos pensaban y recurrían a todos sus “conocimientos de psicología” para corregirlo y volverlo al "camino correcto". “No fuera siendo” que terminara como uno de esos “invertidos” que asqueaban al verlos en televisión o en la noticias.

Los años pasaron. Él fue guardando poco a poco todo eso que iba descubriendo en su interior y sus papás, aunque ciertamente lo sabían o lo temían, fueron haciendo lo mismo. Estaban esperanzados en la pubertad para salir de este “trago amargo” y supongo que de alguna forma también se apoyaban en la iglesia, para que ayudaran a su hijo a ser un “hombre”, al menos según el concepto de “hombre” que ellos manejaban.

Pasaron los ocho, diez y doce años. Javier seguía sumergido o sumergiéndose en esa vida de insatisfacción, engaño y dudas. Nada cambiaba, y sus problemas solo aumentaban en una gran lucha interna. Finalmente llegaron los 14 años.

Para ese entonces no mucho había cambiado; pero al menos ya sabía cómo esconder su forma de ser ante ellos para que no se dieran cuenta que todo su trabajo había sido en vano y que no habían logrado, por supuesto, curar en él esa “enfermedad”, casi contagiosa, llamada homosexualidad.

La diferencia entre los seis y los catorce años, es que en la primera de esas edades él suponía que era normal todo eso que había dentro de sí. No sentía estar contrario a “lo escrito” o establecido. Claro que tenía dudas e interrogantes; pero era normal. Así como no entendía como hacía el Niño Dios para traerle los juguetes, o cómo carajos hacía el Ratón Pérez para recoger los dientes por la noche y dejarle monedas bajo su almohada. Serias interrogantes que tal vez hasta le quitaban un poco el sueño.

Pero en ese entonces, a los catorce, ya sabía de dónde vienen los regalos y conoce la verdadera historia de ese ratoncillo de pacotilla; y para el resto de preguntas, ya había aprendido a no verlo normal y vivir con esa “anormalidad”. Había aprendido, de sus padres, a esconder sus sentimientos, a reprimir sus confesiones con respecto a quien le gusta y a no decir, jamás, cuál persona le atrae, y por qué.

Había aprendido a esconder de sus padres, y por supuesto de los amigos de ellos, su esencia, su verdadera esencia. Ellos no habían logrado “corregirlo”; pero hicieron un maravilloso trabajo enseñándole cómo se vive con hipocresía y como se debe mentir adecuadamente; incluso en la iglesia, para ser aceptados y no ser tema de comidilla.

Pero el dominio de todo este conocimiento, no lo hacía libre, ni sentirse así. Se estaba enterrando, cada vez más, en sus propios problemas, inseguridades y complejos. Nada había cambiado realmente, nada se había “corregido”, nada estaba resuelto. Él seguía siendo lo mismo que era a los seis años; pero con respuestas para algunas cosas, y tal vez para muchas; pero sin un panorama claro para el futuro.

No sabía si eso sería pasajero en él, si llegaría a cambiar, o si esa sería su condena por quién sabe qué hecho cometido.

De alguna forma sus padres seguían sabiéndolo. No era un tema que se comentara ni que hablaran entre ellos; pero hasta se podía sentir un velo de culpa en las palabras regulares o en el actuar diario de su madre, y juro que hasta se podía sentir, sin decirlo o hacerlo, el dedo acusador de su papá sobre ella.

-¿Qué pasa?, se decía Javier. –¿Ciertamente seré anormal?; no soy como el resto de mis amigos y me gustaría ser como muchas de mis amigas en su libertad de escoger y de actuar. Seguía diciéndose a sí mismo, -¿Seré la vergüenza de mi madre y la razón por la que mi papá se atribuye el derecho divino de acusarla y culparla?. ¿Soy, en verdad, lo que horrorizaría a la iglesia que voy y el tema de muchos de los sermones de los sacerdotes del colegio, que prometieron amar al prójimo sin culparlo o condenarlo?

Javier, poco a poco apagaba los sentimientos para seguir con su vida. Se alejó de los juegos de futbol y de los muchachos; se encerró en sus propias cosas y sus juegos. Vivió una vida de culpa y "pecado" en su soledad absoluta, y, poco a poco, la vida siguió pasando hasta llegar a los 17 años, luego a los dieciocho.

La universidad no fue muy diferente. Nada parecía haber cambiado. Seguía siendo la misma “basurita”, según se consideraba, que siempre había estado sin “solución” y sin “compostura”.

Implacable y constante, el tiempo siguió pasando, llegaron los 20`s. Llegó el tres de enero y celebró su primer cumpleaños en esta nueva década de vida. Ya estaba seguro con respecto a su futuro académico y profesional; pero todavía no sabía cómo resolver sus “pedos” internos y asuntos que se refería a sentimientos, compañía, amor o aceptación.

No se había aclarado el panorama general, nada pintaba a mejor y seguía bajo el miedo constante de sus padres; miedo al momento de llegar a confesar lo que estaba viviendo, jamás lo que había vivido, porque, según él, no necesitaban tener culpas “extra” encima.

Sus padres rogaban a Dios, casi de rodillas en su iglesia, para que Javier recorriera la “buena ruta”, la que ellos consideraban mejor. Para que conociera a una mujer, se casara y no los dejara sin ser abuelos. El típico comportamiento egoísta de los progenitores.

Ellos siempre lo supieron, estoy seguro; pero preparaban su mejor actuación de “horrorizados” para el momento en que Javier les confesara su verdad. ¿Negación?, ¿hipocresía?, ¿control de la iglesia y/o la sociedad?, no lo sabía, y la verdad es que tampoco le importaba. Sabía que si algún día les confesaba lo que era se escandalizarían y lo culparían por darles una noticia tan dolorosa. Claro!, la culpa sería de él, ¿de quién más?

Ya habían agotado las posibles opciones de la evidente enfermedad de Javiercito. ¿Violación?, no, nunca lo descuidaron; ¿Muy chineado, consentido o sobre protegido por su madre?, quién sabe. ¿Producto de un padre ausente?, tal vez; o bien todas las anteriores, o ninguna; finalmente ni los científicos lo saben.

Qué diferente hubiera sido la vida si en lugar de que se esperara que fuera en él que se diera el cambio, lo hubieran tenido ellos, los adultos, los cristianos, los padres!

Cuán diferente hubiera sido su vida si en lugar de tratarlo como un ser extraño y “perdido”, lo hubieran alentado a seguir su camino!. Siempre quiso “volar”; pero le exigieron caminar; de haberle permitido hacer lo que quería o lo que formaba parte de su esencia, no puedo ni imaginar los niveles que hoy podría alcanzar.

La universidad marchaba bien, todo como debe ser. Javier se mantenía con sus sentimientos amarrados y enjaulados. Sus padres orgullosos por sus notas y felices por sentir que aquel momento que les aterraba no iba a llegar y que pronto, alguna de esas chicas que estudiaban con su hijo, lograría “curarlo”.

Llegaron los veintidós años. Javier va a una fiesta y conoce a Matías, su vida, al menos como la conocía, está a punto de cambiar, y para siempre.

...continuará

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