Vinny en la escuela - III

Parte III - "El primer día de clases"

Ya estamos donde estamos y donde tenemos que estar. Es el primer día de clases. Trataré de hacer amigos, de portarme bien, de copiar todo, de anotar todo, de no hablar mucho y de no dar razones para que me regañen, aunque eso siempre ha sido algo difícil.

Todavía no sé cuantos compañeros seremos, aunque espero que no muy pocos y no muchos. La clase es grande, está el escritorio de madera natural que usará la maestra, muy cerca de la puerta. Luego sigue una fila de tres pupitres al frente, por cuatro de fondo, un pasillo, y luego otro tanto. O sea que hay espacio para 24 niños y niñas, aunque no sé si se espera tanta gente.

Al entrar a la clase solo estaban un niño de un lindo cabello con destellos blancos, como canas, que según supe después se llama Julián, y que no hizo contacto visual conmigo, parecía estar muy ocupado en sus cosas y su mochila. Estaba sentado en el primer bloque de pupitres, en el escritorio del centro de la primera fila.

También una niña que estaba sentada en el segundo bloque, en la segunda  fila, en el tercer escritorio, junto a la pared. Ella si me vio al entrar, y me sonrío. Tal vez algo me dijo pero no pude escucharla porque nada oía al pensar que mamá se estaba marchando. Estaba tratando de hacerle punta a sus lápices. Me pregunto quien llega a la primera clase sin tener todo listo, pero seguramente es su forma de ser, muy distinta a la mía. No parecía lograrlo, el tema estaba complicado.

Una vez que el mundo volvió a tener sonidos, escuché cuando Julián le decía: "¿Te ayudo Quecha (Lucrecia)?". Era obvio que se conocían, porque no solo sabía cómo llamarla, sino que lo hacía por un seudónimo, y no por su nombre de pila, tal vez eran compañeros desde cuarto grado, o desde antes.

Yo puse mis cosas en el pupitre que había elegido, en el segundo bloque, en la tercera fila, el que estaba más cerca del pasillo. Por alguna razón no me motivaba sentarme junto a Julián, tal vez porque no parecía ser muy simpático o conversón. Tampoco quise hacerlo junto a la tal Quecha, porque parecía ser todo lo contrario. Una  esas niñas que hablan todo el rato y no me dejaría concentrarme. Así que dejé a la suerte quien llegaría a sentarse junto a mí, a mi izquierda, atrás o adelante.

Faltaban unos minutos para que empezara la clase, la maestra había salido para alguna diligencia, y los chicos de la clase estaban en sus propias tareas, entonces salí para ver como se veía todo afuera, y conocer un poco el lugar en donde pasaría gran parte de mi vida.

La escuela es grande, según mis estándares y sin compararla con otras. Una vez que se pasa el portón inicial que está justo en la acera, como son las escuelas del centro de la ciudad de San José, se entra por un pequeño pasillo con dos oficinas de cada lado. Las de la derecha son la de los coordinadores y luego la de inglés, y a la izquierda está la oficina administrativa y la de la directora.

Se sigue caminando hasta que todo se abre en un gran bloque cuadrado con corredores en todos los lados. Desde este punto podía ver casi todo el primer piso, e imaginar que el segundo nivel sería bastante parecido. Doblé a la derecha y pasé junto a las ventanas de la clase de inglés. Al fondo estaba el auditorio. Doblé a la izquierda para pasar junto a este lugar en donde se harán presentaciones artísticas y junto a otras clases hasta llegar al final. Ahí me encontré la soda. Doblé a la izquierda y pasé junto a ella, aunque estaba cerrada, y al lado de otras oficinas. Al final tuve que virar a la izquierda nuevamente, para pasar por una clase y después por el famoso "5C", otras clases más, y al final, antes de doblar para pasar frente a las ventanas de la Dirección, estaban las gradas de cemento, con una baranda del mismo material, que conducían al segundo piso. Sin embargo hoy no es momento de hacer esa expedición. Me devolví mientras podía sentir el hermoso sol que llegaba al patio central y desconcentrándome un poco por el escándalo que tanta gente hacía.

Toda la escuela es hermosa. Un inmenso patio central cuadrado. Un segundo piso sostenido por columnas redondas, muy Art Deco. La escuela en su totalidad luce adoquines maravillosos en tonos amarillos y celestes, como diseñados por Antonio Doninelli.

Al final, al lado de la cafetería, había un portón que conducía a un gran patio cementado, en donde se llevarían a cabo las clases de Educación Física, y también se podía jugar en el recreo. Ese patio conduce a la otra calle de la cuadra en donde está construida la escuela. Entiendo que también tiene un portón por el que podemos saber al finalizar las clases, pero está cerrado a la hora de entrar. En todo caso mi mamá me dejó al frente y ahí tendré que esperarla, si es que no se baja a buscarme.

En este momento, todo era un caos. Niños caminaban de un lado para otro, algunos con su madre y otros solos, tal vez porque conocían bien las instalaciones. Mamás con cara de "loca" tratando de ubicar la clase de sus hijos. "Mocosos" de primer grado llorando porque no querían separarse de sus progenitoras, y madres novatas que también lagrimeaban por dejar a sus crías.

Todo esto me enfermaba. Tal vez no porque considerara que yo era lo suficientemente fuerte para no pasar por esas calamidades, sino más bien porque tanto "dolor" en los pasillos, casi me ponían a llorar. Claro que si soltaba una lágrima estaba seguro que mi futuro se destrozaría, caería a pedazos, Julián y la Quecha nunca dejarían de reírse de mí o burlarse. ¡Qué poco los conocía hasta ese momento!, a diferencia de muchos niños, ellos jamás hubieran tenido ese comportamiento.

En todo caso, el timbre no sonaba. No sabía si quería que lo hiciera pronto o que no lo hiciera nunca, no lo sé. Sólo estaba ahí "viendo pasar el tiempo" (dijo Ana Belén), y viendo lo que sucedía a mi alrededor.

Recostado al marco de la puerta, con las palmas de la mano pegadas a la pared, a mi espalda, y bajo el rotulito que rezaba: "5C", sonó el timbre. Fue aterrador, pero también me dio paz. Ya no había vuelta atrás. Y aunque de momento pensé en la posibilidad de salir corriendo, sabía que no podía hacerlo sin mi bulto, y menos podría correr cargando todo ese peso; y aunque lo intentara de una o de otra forma, todavía me faltaría pasar por la seguridad que Mayela ponía en la puerta, toda una "muralla" infranqueable.

Al sonido del timbre, muchos otros niños corrieron a entrar a la clase. Ya no seríamos sólo nosotros tres. Entraron tres hombres y dos mujeres. Algunos de ellos muy "prendiditos" con sus uniformes, y otros que daban grima, con faldas por fuera y la ropa no tan bien planchada como la mía, y ciertamente no como la de Julián, que no se había quitado todavía su jacket de mezclilla, a pesar de que el día empezaba a calentar.

De las dos chicas, una se llama Paola, que se sentó en el segundo bloque, en la segunda fila, junto a Quecha; y Francesca, una niña italiana que también se sentó en el segundo bloque, pero en el escritorio junto al pasillo.

De los tres niños, el primero en entrar se llama Adolfo, y se sentó detrás de mí; Jonathan que se sentó a su lado y Luis Fernando que escogió el escritorio delante del mío, entre Paola y el pasillo.  La profesora que recién entraba pidió que dejáramos desocupados, de momento, los seis escritorios de atrás, entonces Adolfo se pasó al primer bloque, en la tercera fila, sólo nos dividía el pasillo, y a su lado se sentó Jonathan.

La maestra continuaba ordenando sus papeles, tal vez para revisar el contenido del día o cómo empezar la clase, mientras entraron otros dos varones, Carlos y Eduardo. Luego supe que el segundo es repitente y tal vez por eso se ve un poco más grande, y más macuco que el resto. Ellos también escogieron la fila de más atrás, pero también les pidieron que buscaran otros asientos. Carlos escogió el que estaba detrás de Julián y delante de Jonathan, y Eduardo a su lado, junto al pasillo. Todavía teníamos ocho espacios disponibles, además de los seis de la fila trasera.

Viendo a "la niña" sacar sus cosas, empecé a hacer lo mismo. Puse mis lápices y lapiceros que me dio mi papá, con el logo de Nissan, y el cuaderno de borrador. No era necesario sacar más cosas porque no sabía que haríamos o que veríamos, pero pensaba si sería importante sacar una libreta o agenda para anotar las fechas de exámenes y otros detalles importantes, cuando un delicioso aroma me llegó.

Lo primero que pensé era que tal vez sería de la maestra, pero era una colonia masculina. Hasta ese momento era obvio que venía de los últimos que entraron, así que volví a ver hacia donde estaba Eduardo, sin embargo al verlo tan desaliñado, despeinado, sudoroso y con las faldas por fuera, supe inmediatamente que no era él. Apoyándome en mi escritorio y cerrando un poquito los ojos, pude darme cuenta que el aroma venía del niño que se había sentado delante de mí. Volví a mi posición y seguí en lo que estaba, aunque tengo que confesar que al menos solté una risita de complicidad, que estoy seguro que nadie notó.

La maestra dejó sus quehaceres, se paró frente a nosotros y saludó. Se presentó como "La Niña Ana" que será quien nos guiará en los conocimientos que tendremos en este año. Nos explicó que ella dará todas las clases que son: Ciencias, Estudios Sociales, Matemáticas y Español, aunque tendremos también una maestra para Inglés, y tendremos que ir a su clase, así como cuando vayamos con el profesor de Educación Física, con el de música, con el de Informática y con el de Artes Plásticas. También nos dijo que para la clase de religión la maestra vendría a esta aula.

Anotamos en nuestros cuadernos el horario de las clases semanales. Cada clase tiene un tiempo de una hora, empezando a las 7:30 de la mañana. Luego de las dos primeras clases tendremos un recreo de media hora, y luego otro bloque de un par de clases, antes de otro recreo de 30 minutos, y una clase final. Esta última clase será de lunes a jueves y el viernes saldremos más temprano.

O sea que el primer recreo será a las 9:30 y el segundo a las 12:00 medio día. Los cuatro primeros días de la semana saldremos a la 1:30 y el viernes a las 12:00, porque según ella ese tiempo deberíamos aprovecharlo para estudiar en casa.

Este horario implica que cada día, de lunes a jueves, tenemos que traer los "útiles" para dos materias y una especial, y el viernes solo para una especial, más el uniforme de educación física. No parece que sea de mucho trabajo.

La maestra continuaba hablando de ella, de la escuela, de los profesores guías y de quién es la directora, pero de momento eso no me preocupaba mucho porque de todos modos sabía que una vez que terminara la explicación, yo la olvidaría. Prefería poner atención en cómo era ella y que impresión me daba.

Es una mujer en los treinta, bastante sonriente y con un rostro dulce, esperaremos que mantenga ese comportamiento o forma de ser durante todo el año.

Nos sugirió que nos presentáramos entre nosotros, de adelante hacia atrás, obviamente Julián sería el primero. Se puso de pie y dijo su nombre. Contó que había estado varios años en Guatemala, y ahora sus papás se vinieron para Costa Rica. Interesantemente no tiene acento chapín, pero ya veremos cuando interactúe más con él. Una vez que terminó se sentó nuevamente y siguió inmerso en sus actividades, con aparente desinterés de lo que decían sus compañeros, pero estoy seguro que estaba poniendo atención y grabando la información.

Carlos se puso de pie, dijo su nombre y se sentó sin mayores explicaciones. Igual lo hizo Eduardo, pero este incluso ni siquiera se levantó para decirlo. Jonathan se puso de pie, muy sonriente, de baja estatura, aparentemente gracioso. Vio a todos a los ojos y dijo su nombre antes de sentarse. Una forma de presentarse muy parecida a la de Adolfo, que también parece amigable, aunque no tan divertido como el anterior.

Pasamos al siguiente bloque y le tocó el turno a Francesca, la niña italiana que ahora viven en Costa Rica. Tiene una pronunciación algo extraña, pero sí parece que habla bien el español. Luis Fer de pie hizo contacto visual con todos y dijo su nombre, sin apellido como estaba siendo costumbre. Este chico también parece simpático, aunque no sé si será de esos que juegan en los recreos o de los que se quedan estudiando. No tenía cuadernos sobre el escritorio, sólo una libreta de apuntes. Supongo que llegará a su casa a pasar las notas en limpio, en el tiempo en el que yo ya estaré viendo televisión y muy probablemente Carlos y Eduardo estén "midiendo calles", como diría mi mamá.

Paola, muy sonriente. Dijo su nombre seguido de una pequeña carcajadita nerviosa. Parece amigable, ya veremos. Quecha quiso hacer lo mismo que su amiga, ponerse de pie para saludar y presentarse, pero con habilidad golpeó su escritorio y el de atrás, dejando caer lápices, cuadernos, la botella de agua y la silla del escritorio. Dijo su nombre y se sentó sin mayores preocupaciones, mientras yo estaba recogiendo la silla caída en mi fila.

Una vez que volví a mi puesto pude notar que todos me miraban, no me había percatado que era mi momento de presentarme y estaban esperando. Todos me veían, menos Julián que seguía en sus cosas. Me volví a poner de pie, dije mi nombre y me senté. Fin de la presentación.

Había pensado un montón de cosas que decir, pero entre miradas y la torpeza de Quecha, se me enredo el asunto.

Una vez que terminamos la clase empezó con Español, como estaba programado. Entiendo que esta semana es para resumen de lo que vimos el año pasado, como quien quiere desempolvarse por las vacaciones de fin de año. Y luego vino el primer recreo.

Todos los niños salimos una vez que sonó el timbre y que la maestra nos dijo que podíamos hacerlo. Francamente no sé cómo se armaron los grupos, si es que se armaron, y si algunos salieron juntos. Yo me fui por mi lado.

Fui a conocer el segundo piso, que es muy similar al primero aunque sin patio central, obviamente, pero con balcones a todos los lados que dan hacia abajo, con una baranda que armoniza perfectamente con el diseño Art Deco de la construcción.

En este piso sólo hay clases y una pequeña bodega de las señoras de limpieza, no hay oficinas, pero si hay otro juego de baños para los estudiantes. También aproveché para ir a conocer el patio trasero. Totalmente cementado y con un gran portón en la pared que da a la calle de atrás. Supongo que podrán abrirlo para que puedan entrar camiones en caso de necesitarlo. Esta parte es mucho más grande que donde se construyó la escuela. Es como el sesenta por ciento de toda la propiedad, por lo tanto hay mucho espacio.

Me quedé ahí mientras se acababa el recreo y luego volví a la clase para empezar el siguiente bloque de lecciones. Ahora tocaban dos horas de Ciencias. En este tiempo también hicimos un repaso general de lo aprendido en cuarto grado. Como dije antes, esta semana será de repasos antes de entrar en materia nueva. También supe que esta semana no tendremos especiales (Música, Inglés, Religión, Informática, Artes Plásticas y Educación Física), por lo tanto saldremos a las doce medio día, y el viernes no tendremos clases.

Repasamos todo lo de Ciencias. No sé si el repaso era muy sencillo o yo sabía lo suficiente, pero no tuve mayores retos o sorpresas con la materia, me siento al día. Tal vez es porque al ser una escuela pública la educación sea más sencilla y yo venga mejor preparado para lo que enseñan aquí, pero no me confiaré. Espero que mamá sepa que hoy salimos temprano y no me deje esperándola en las gradas, junto a Mayela.

Yo no sabía que no tendríamos segundo recreo, y pensaba que en esa hora podría aprovechar para conocer a algunos de mis compañeros o compañeras, pero ni modo, ya será mañana que intente interactuar con ellos, a ver quienes me caen mejor y con quienes podré llevarme bien.

Sonó la campana de salida. Mamá no estaba en la puerta de la clase, no me estaba esperando; de hecho ahí no había ninguna mamá. Seguí con el temor de tener que esperar con la Teniente de la puerta, y esperaba que esta "relación" que pudiera llegar a formar con ella, terminara siendo beneficiosa. Aunque la verdad es que el beneficio sería mutuo, porque si ella me trataba bien se ganaría el favor de mi papá, lo cual es muy favorable, y no se ganaría la molestia de mi mamá, que era mucho más ventajoso que lo anterior.

Caminé hacia la puerta, pensando en hacer contacto visual con algunos niños, pero no sucedió. Cada uno corría "por su vida" o por su salida, nadie se detenía a pensar en los demás. No caminé por el patio central, sino que lo hice por el pasillo. Llegué al final y en las gradas de la derecha doblé a la izquierda, pasé junto a las ventanas de la directora, y por primera vez la pude ver. Una mujer de edad mayor, como cuatro veces mi edad, sentada junto a un enorme escritorio lleno de papeles y con dos señores de pie al frente. Por un momento me quedé paralizado tratando de adivinar o imaginar el contenido de esa conversación, pero de pronto ella volteó y mi vio a través del -marquiset- empolvado. Como si fuera un "asusto", salí corriendo sin fijarme y pegué con Quecha. Ella me sonrió como si yo la hubiera acariciado, pero sólo seguí corriendo por el medio pasillo que me faltaba para tomar la recta final, doble a la derecha, pasé junto a Mayela y me monté en el carro de Mima que estaba justo parqueado frente a la puerta.

Ahí estaban ella al volante y Norman jugando en el asiento de atrás. Me subí, me puse el cinturón, contesté un "bien" cuando emocionada me preguntó: "¿Cómo le fue?", y nos fuimos.

Cómo o para qué decirle que había conocido toda la escuela, que la directora me había aterrado, que casi me levanto a una niña llamada Quecha, o para qué confesar, desde ahora, el terror que me da Mayela. La verdad es que eso me lo guardaré para hablarlo con Papá, él sabrá qué hacer.

Nos fuimos, punto.

Continuará mañana (tiempo escolar)


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