Vinny en la escuela - VIII

Parte VIII - "Antonia"

La clase empezó con normalidad, a la hora acordada. La maestra se preparaba para explicarnos el tema de hoy. Los chicos estábamos sacando cuadernos, lápices y lo que fuéramos a necesitar en este hermoso y soleado día.

De pronto y poco a poco, la puerta del aula empezó a abrirse, con un rechinar que probablemente nunca llegaré a olvidar. Era como estar en una película de misterio. Se abría suave centímetro a centímetro, y el sonido llegaba a todos, capturando nuestra atención, y con la correspondiente curiosidad de saber quién estaba empujando la pesada puerta de madera, y quien llegaría a entrar a nuestro espacio.

La maestra, incluso, había detenido su búsqueda de papeles, y como el resto, estaba atónita esperando.

De pronto, mientras la luz de la ventana pasaba sobre nuestras cabezas y pegaba en la entrada, vemos llegar a una niña acompañada de Nevine, la directora. Nos resultó obvio que era Antonia, la chica con Síndrome de Down que nos acompañaría el resto del año.

Desde mi posición no podía ver los rostros de todos los compañeros, pero sí de algunos. Noté como se iban iluminando al verla entrar. Traía una cara seria, no de enojo, pero tal vez de sorpresa y timidez. Sin embargo detrás de ese rostro impávido se reconocía a alguien lleno de ternura. Caminaba con pasos cortos, lentos y probablemente hasta un poquito torpes. Con una mirada perdida tratando de inspeccionar todo el lugar al que estaba entrando, sin hacer contacto visual con ninguno de nosotros.

Para ella ciertamente era una experiencia nueva y diferente, con personas que jamás había visto. Para nosotros probablemente igual. Estábamos viendo a una chica "rara" que se salía de nuestros estándares, y nosotros éramos un grupo "raro" de gente, que nos salíamos del de ella. Todos estábamos en igualdad de condiciones. Sin embargo ella estaba sola, y nosotros acuerpados dentro de nuestro espacio. Eso nos obligaba a un trato distinto, a que fuera nuestra responsabilidad hacerla sentir bien.

La profesora se puso de pie para saludarla y recibirla. Con una gran sonrisa le daba la bienvenida a la clase, aunque Antonia no parecía enternecerse con esa mirada o con esos gestos. 
La profesora le señaló el primer pupitre de la primera fila del segundo bloque, y le preguntó si quería sentarse ahí. Antonia, de pelito corto, levemente ondulado y con pantaloncitos azules, se sentó tranquila y en silencio, con el bulto sobre sus piernas descubiertas, sin decir ni una palabra y mirando fijo al pizarrón.

Ninguno dijo nada, todos observábamos la situación tratando de ser lo más naturales posible, aunque estoy seguro que no lo estábamos siendo y ella lo notaba. La verdad es que no era fácil verla ahí sentada, no la conocíamos y estábamos frente a una condición que era completamente nueva para nosotros.

Yo trataba de no verla como a una persona diferente, pero cómo lograrlo cuando evidentemente lo es, y cuando de todos modos todos mis amigos son distintos, piensan diferente y actúan de maneras que no lo haría yo. Todo eso me hizo pensar en cuánta diferencia hay entre unos y otros, y no por eso alguno es raro.

Su cara era distinta al resto, sus movimientos y sus gestos. Me encontraba en una posición incómoda porque si la trataba diferente estaba siendo discriminatorio, y si la trataba como a los demás entonces era como si la estuviera ignorando, porque no lo era. Todas esas dudas pasaban por mi cabeza. Cerré los ojos por un momento y traté de entrar "en mi centro", "en mi yo". Procuraba actuar naturalmente, y que los detalles externos no marcaran diferencia.

Una vez que la profesora empezó con la materia, como dejando el tema de lado para evitar que siguiéramos con nuestras miradas y también para romper el silencio del aula, Quecha levantó la mano y pidió a la profesora cambiar el pupitre con Francesca.
La niña Ana, tomando en cuenta que el español de la italiana podía ser un poco complicado para Antonia, y aprovechando la oportunidad para separar a Quecha de Paola, aceptó.
Ante todo este cambio de escritorios, Antonia se mantenía impávida, continuaba mirando al pizarrón sin hacer contacto visual con la profesora. Quecha se levantó suavemente del escritorio, como quien procura no hacer ruido y asustar a la chica nueva, pero claro que no lo logró. Su botella de agua cayó al suelo salpicando las piernitas cortas y regordetitas de Antonia. los lapiceros de Paola siguieron a la botella; los pupitres hacían un ruido ensordecedor y finalmente Quecha, torpe y casi cayéndose, logró llegar al pasillo, para pasarse de fila.

Antonia no la miraba, sólo estaba ahí. Una vez que Quecha logró ubicarse en su nuevo espacio, nuestra compañera volteó su cabeza para verla instalada, aún sin sonrisas. Aunque esto es lo que yo suponía, porque no podía ver su cara desde donde estaba sentado.

Durante las clases de matemáticas, Antonia estuvo interesada en otras cosas. Pintó y dibujó en su cuaderno, todo en un absoluto silencio. Es probable que la materia que estábamos viendo fuera muy difícil para ella, no lo sé; o también puede ser que no fuera de su interés en lo absoluto; este es solo mi juicio personal, dentro de mi ignorancia.

En el recreo no salió, se quedó en su escritorio pintando. Eso obligó a la Niña Ana a quedarse acompañándola. Al principio trato de hablarle, pero el silencio de Antonia le hizo ver que estaba poco interesada en esa conversación, entonces ambas permanecieron en silencio los 30 minutos.

Volvimos luego a la clase de Español. Me parece que La Niña cambió el tema que tenía planeado para hoy. Nos explicó acerca del cuento, y luego nos leyó uno que yo ya conocía. 
Al principio nuestra nueva compañera, se mantenía concentrada en sus dibujos, pero poco a poco fue dejando esa tarea y puso atención a la maravillosa forma, algo dramatizada, como la profesora contaba el cuento. Fue lindo ver a Antonia poniendo atención, pero aún así su rostro era inexpresivo.
La clase terminó y salimos al segundo recreo. Quecha y Paola salieron de primeras y luego algunos otros compañeros. Yo me levanté despacio, pasé por el escritorio de Antonia y traté de ver su rostro. En ese momento volteó su cabeza hacia la mía, e hicimos contacto visual. Salí de la clase y afuera esperé a que Jeff me alcanzara para irnos a la soda a encontrarnos con los otros chicos.

Mientras estaba ahí, viendo hacia el patio central y pensando en todo o en nada, llegó Antonia y se paró a mi lado. Me miró a los ojos fijamente, sin sonrisa y sin expresiones, y así nos quedamos conectados por interminables pocos segundos. Una conexión que, o durará para siempre, o al menos hará que jamás la olvide.

Esto ha de ser amor. Mi alma brincó, mi espíritu se revolvía dentro de mi cuerpo. No entendía lo que estaba sintiendo. Algo me recorría por dentro, por el estómago, el pecho, los brazos, las piernas, el cuello, la cabeza... Un nuevo amor había nacido y se estaba instalando. Me estaba actualizando, me estaba convirtiendo en un "Vinny 1.1"

¿Qué se puede hacer en estos casos?, ¿le hablo o no?, ¿la toco o no?, ¿la dejo ahí o la sigo?, ¿la dejo o le pido que me siga?... extendí mi brazo izquierdo, con la palma de la mano hacia arriba, y la sostuve en el espacio esperando que Antonia la tomara, pero ella estaba concentrada en todo lo que pasaba en el patio central. Aunque tal vez sólo estaba probando mi paciencia. Así me quedé por algunos segundos, hasta que Jeff salió de la clase. Él miró mi mano extendida y suplicante, luego mi cara y me sonrió. 

La sonrisa de mi amigo era la segunda gran experiencia del día. Me estaba demostrando de qué estaba hecho y cómo era. Me apoyaba con su mirada, me daba una palmadita con su sonrisa. Jeff estaba probando, sin hacer nada, que yo había escogido a un buen amigo.
El mundo quedó en silencio. No podía escuchar los sonidos de los otros niños corriendo por el patio o pegando gritos. Solo éramos Antonia, Jeff y yo.

Como en cámara lenta, Antonia miró a Jeff, luego puso su mano regordetita sobre la mía. Jeff puso su mano sobre el hombro izquierdo de ella... y como si todo estuviera planeado, los tres caminamos en silencio hacia la soda.

Cruzamos el patio ante las miradas curiosas de los demás chicos; pero el mundo era nuestro. Jeff caminaba con orgullo y altivez; se sentía un ser superior, y seguramente lo era. Antonia daba sus pasos sintiéndose segura, confiada y protegida. Y yo lo hacía con un espíritu revuelto, de la mano de la hermosa chica que hoy había conocido y que seguramente sería mi amiga para siempre, y acompañado del gran amigo que había escogido.

Estos son esos amores que se hacen en un segundo y duran para siempre.

Bye.

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