El mejor de los empaques


El mejor de los empaques

Vinicio Jarquín C.
Para concurso, ganadora.
Por allá de 1996


          Llegó a mi vida un lindo regalo que no esperaba y que mucho menos había pedido.

          Traía una envoltura perfecta, como nunca antes había visto. Era un empaque de colores pastel que demostraba quietud, paz, tranquilidad y paciencia. Estaba adornado con un lazo celeste y blanco, colocado delicadamente al centro del regalo; con lindos listones azules que indicaban seguridad, fortaleza y consistencia; con un aroma delicado y dulce que me inducía a amarlo desde el primero momento.

          No me atrevía a abrirlo, no quería dañar lo que fe hecho con tanto esmero. No podía romper ninguna cinta, ni siquiera imaginaba el llegar a arruinar ese mágico envoltorio.

          Hasta que un día, una dulce mañana soleada, tuve que tomar valor y atreverme a abrirlo. Así, poco a poco y lentamente, con el mayor de los cuidados, fui despegando listón por listón, los que colgaban delicadamente del lazo, haciendo colochitos en el espacio. Quité una a una las largas y brillantes cintas azules, que reflejaban el sol en sus bordes y demostraban naturalidad y pureza.

          Estaba totalmente atraído viendo como se movían dócilmente con el suave contacto del viento, demostrando su maniobrabilidad. En el momento en que menos lo esperaba, uno de casi veinte centímetros de largo, se desprendió de entre mis dedos y se dirigió bamboleando, pero sin frenos, hasta el suelo.

          Cayó y creí que mi corazón se estaba partiendo en mil pedazos. No me atrevía a mirarlo, no podía ni quería verlo arrojado. No podía aceptar la idea de que una cinta del mejor obsequio yacía abandonada en el frío de una superficie que antes había pisado.

          Luego de unos minutos y después de respirar hondamente, dirigí mi mirada hacia él. Sorprendido noté que no estaba ahí, el viento lo había deslizado a través de todo el blanco salón, y lo había depositado en una esquina, bajo la fuerte mesa de mármol y oro.

          ¡Qué tonto soy!, pensé, ¿Qué estoy haciendo?, ¿Por qué estoy llorando?, ¿Por qué pongo mi atención en aquello que el hombre puede crear?, ¿Por qué no centralizo mi vida y aprecio lo que es y no lo que se crea?.

          Y así, con este pensar y tomando valor, proseguí abriendo el obsequio, tratando de no darle mucha importancia; pero no podía. Quien empacó lo que fuera lo hizo con cuidado y pretendía que yo sintiera lo que estoy sintiendo.

          Quería ver que había dentro, esperaba encontrar algo diferente y único, algo difícilmente imitable, algo que nadie hubiese tocado. Esperaba deseosamente encontrar algo que no haya hecho el hombre, sino que fuese natural.

          Seguí, poco a poco, desprendiendo cada cinta, cada papelito, cada listón; esperanzado en lo que vería.

          Hasta que por fin, llegué a la última etapa de ese maravilloso empaque. Un papel blanco como la seda, que emanaba pureza y bondad. Una seda blanca que era mi último escalón para encontrar lo que siempre había deseado y que verdaderamente estaba necesitando conseguir.

          Respiré fuerte y profundamente, sentía que el corazón iba a explotarme, las venas se estaban marcando cada vez más sobre mi frente, mi respiración se aceleraba al máximo. Trataba de controlarme, sin lograrlo; y en un último intento de normalizar mis latidos, mi respirar y detener el sudor que corría por mi cuerpo, cual gotas de agua en un manantial inmenso, cerré mis ojos, puse mi mente en blanco y me senté en una celeste silla de tela suave que se encontraba en el centro de la habitación.

          Mire hacia la derecha, había un gran espejo, y pude observarme totalmente consumido por la ansiedad, estaba desesperado por quitar aquel último papel, quizá ahí podría encontrar lo que siempre desee.

          Miré al frente, había una puerta abierta, de inmediato cruzó por mi mente la idea de salir corriendo. Caminé hasta el umbral, me decidía a escapar; pero antes echaría una última mirada de despedida a aquel obsequio que desde el principio amé.

          Cuando voltee la cabeza, lo primero que paso frente a mi, fue aquella esquina donde se encontraba el colochito de cinta en abandono.

          Pensé que debía terminar lo que había empezado y así, camine hacia la mesa nuevamente, puse mis manos sobre el bello obsequio, quite el papel, y… de inmediato desperté…, me encontraba otra vez, de pie junto a la salida; pero esta vez seria diferente, esta vez, en la realidad, no echare ese vistazo final.

          No pude ver lo que había dentro, pero tampoco quiero verlo, su envoltorio era perfecto y único, y así lo guardaré en mi mente y mis recuerdos.

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