Cuando estuve en la cárcel de Puntarenas

 "Cuando estuve en la cárcel de Puntarenas"
Vinicio Jarquín C., 17 set 2015

Como la inmensa mayoría de ustedes no me conocía en mi infancia, y mi "Timeline" de Facebook no da para tanto, les voy a contar el día que decidí cambiar de vida, casa y familia, dichosamente sin éxito.

Era allá por el año 1968, ya muy entrada la segunda parte del siglo pasado, y yo tenía cuatro hermosos años de vida, en este cuerpecito que si hoy es delgado, en aquel tiempo era raquítico y rozaba la desnutrición, aunque no era por descuido de mis papás ni falta de recursos; seguramente no eran los más adinerados al tener que alimentar tres voraces chicos, y por lo tanto sus vacaciones de playa se resumían a Puntarenas y Guanacaste.

Mi mamá se sentaba a vernos correr por la arena de la extendida playa del puerto, y con su mirada clavada en cada uno repetía constantemente: uno, dos, tres; uno, dos, tres. Hasta que llegó la desgracia y una de las peores situaciones que puede vivir una madre: uno, dos, ... ; uno, dos, ...; faltaba el más chiquillo, el flaquillo, el mocoso que algún día llegaría a convertirse en este muñeco que hoy escribe.

Sobresaltada empezó a gritar y mientras agarraba del brazo a los otros dos, mi papá corría por aquella caliente playa infestada de vacacionistas; ¿y yo?, caminaba despacio y constante hacia la punta, sin saber cuánto me faltaba.

Mi memoria es muy mala, pero todavía recuerdo esos momentos que seguramente quedaron marcados por el susto vivido. Cuando volvía a ver hacia atrás ya mis papás y hermanos se habían convertido en cientos o miles de cabezas; era imposible regresar y mucho menos lograr encontrarlos; aunque no imaginé que ellos me buscaban desesperadamente, entre vivos y ahogados.

Cuando supuse, según mi muy amplia experiencia de 48 meses de vida, que era muy difícil encontrarlos, cambié de ruta, salí a la calle y un jeep de la policía se detuvo y me recogió. No omito confesar que ese fue mi paso por una comisaría, o más francamente, la vez que estuve en la cárcel de Puntarenas.

No recuerdo cuánto tiempo estuve ahí o que hice durante ese rato; pero supe que mi papá ya cansado de buscarme se fue a poner la denuncia, me encontró comiendo gallo pinto y fresco de frutas.

Por supuesto hasta ahí llegaron sus fuerzas y al verme lloró desconsoladamente. Dicen que yo le dije: ¿Por qué llora, si ya aparecí?. Me tomó de la mano para irnos, pero eso no podía ser todavía, yo estaba esperando que un policía me trajera el segundo plato de comida y otro vaso de fresco; había pedido repetir.

Ahí terminó todo, seguramente incluyendo la paz y tranquilidad de los viejos, y seguí mi vida sin secuelas legales ni archivo policial; sin embargo me acuerdo de esta historia muchas veces cuando tomo fresco de frutas, y hace unas semanas me hice un "selfie" en la otrora cárcel de Puntarenas. ¿Será cierto eso de que los criminales volvemos a la escena del crimen?


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