Entrando a la presencia de Dios
“Entrando a la presencia de Dios”
Vinicio Jarquín C., 16 de febrero de 2017
Les voy a contar mi nueva manera de entrar a la presencia de
Dios, que aunque sé que se puede hacer incluso en la calle o en el trabajo, una
que he asumido recientemente, gracias a que la vida me ha permitido abrirme más
y conocer más, y saber que entre más sé del tema, menos he llegado a saber;
principalmente porque en mi recorrido por el planeta he visto las diferentes
formas de comportarse de los distintos grupos religiosos, empezando por el mío
cristiano-evangélico, pasando por aquellos que ponen su mirada en lo que dicen
en Ciudad del Vaticano, así como viven la vida los nativos australianos y el
comportamiento religioso, y sus creencias, de los grupos islámicos en el mundo
musulmán.
La primera vez que estuvimos en aquellas lejanas tierras
gobernadas y vigiladas por hermosas e innumerables mezquitas, no nos fue
posible compartir sus ritos, su fe o sus tradiciones, solo fuimos turistas
observando la majestuosidad de esas obras levantadas en los Emiratos Árabes
Unidos; pero la segunda vez, y antes de conocer maravillosas edificaciones en
Turquía, estuvimos en Egipto.
Ahí le pedí a la guía privada que nos llevara a una mezquita
porque queríamos orar a Dios, o Al-lāh, y queríamos hacerlo en uno de esos “templos”.
Al principio pareció no gustarle mucho la idea. Tal vez pensó que no teníamos
lo necesario, la intensión suficiente o la fe que se necesitaría para estar en la
presencia de Dios (de su Dios); y nos preguntó qué nos motivaba para querer
eso. Le expliqué que estaba seguro que mucha gente llegaba a esos lugares, se
postraba en las alfombras, y con amor dirigía sus oraciones al Señor, y que
estaba seguro que el amor que tantas personas emanaban en ese recinto debería
ser algo hermoso.
Ella entonces aceptó, movió sus contactos y fuimos recibidos
en una hermosa mezquita en El Cairo. Nos explicaron un poco de sus tradiciones
y su fe y luego nos llevaron al centro de todo en donde hicimos “la ceremonia”
de la purificación, que consistía en lavarse cara, orejas, manos, cuello, boca,
pies, brazos, etc., con la intensión de estar listos para la oración.
Cuando las voces de la ciudad se escucharon por todo lado,
por todos los barrios y caseríos, ya nosotros estábamos listos. Nos acomodamos
en fila, muy juntitos a otros musulmanes y seguimos la tradición de estar hincados
y postrados, y demás movimientos rítmicos que todos tenían en manera de
alabanza o respeto.
Mientras estaba ahí, viendo la espalda de quien dirigía la
oración y con los ojos cerrados y el rostro hacia el patio central en donde
entraba la potente luz solar africana, pensaba que esa claridad era la que
emanaba del trono del Altísimo, y los cánticos de adoración que se escuchaban
en árabe, me hacían imaginar que estaba oyendo a los ángeles clamando a Dios.
¡Fue un hermoso
momento en mi vida!, uno de esos instantes, como muchos he tenido, que
podría ser que marquen un antes y un después, pero ya me cansé de enumerarlos,
ahora solo los vivo y generalmente los narro.
Al regresar a casa pensé que postrarse ante Dios debe ser
hermoso si se hace con regularidad. Entonces me compré un paño blanco de tamaño
mediano con bordes en un ribete negro.
Cada noche bajo la luz de mi cuarto, abro el paño (alfombra
en todo caso) sobre la pequeña alfombra
de pies junto a mi cama. Lo rocío con aroma de lavanda comprado para las
sábanas, me hinco en las esquinas que quedan más cerca de mis rodillas, abro
las manos para sentir que recibo a Dios con la mirada al cielo, luego las pongo
en las otras dos esquinas y mi frente pegadita al paño.
En esa posición agradezco por todo lo que tengo y pido todo
lo que me de la gana; pido por la familia, por paz, por buena economía, salud y
buenos negocios. También pido que Kika siga siendo inteligente, educada,
estable y equilibrada; además pido por los amigos que se vengan a mi mente en
ese instante, por felicidad, por ser agradable para la gente, por sentir que
soy el hijo del Rey de Reyes, y que se note, y pido para mis días estén llenos
de alegrías, por poder ser chispa en la vida de otros, y por poder iluminar o
alumbrar a quien lo necesite, en fin, pido por todo lo que se me ocurra.
Al terminar con estas peticiones y adoración, pongo mi
mejilla izquierda sobre la suave tela que jamás ha sido pisada, y con la mano
derecha acaricio mi otra mejilla, sintiendo que he estoy recostado en el pecho
de Jesús y que con sus caricias me dice que todo está bien, y que todo seguirá
bien.
Beso el paño, me levanto mientras todavía sigo hincado, lo
perfumo un poco más, lo doblo ceremonialmente y lo pongo en el lugar en donde
estoy seguro que seguirá estando mañana.
Y cada noche, luego de eso, me acuesto feliz porque mi vida
está siendo gobernada y protegida por ese mismo ser amoroso que en sus manos me
ha tenido siempre y de todo me ha protegido.
Tal vez te sirva. Vinny
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