Terror por el cocatil
“Terror por
el Cocatil”
Vinicio Jarquín C.
18 de marzo de 2017
Era una mañana de marzo, de este año que ha sido ventoso. El
sol ya había dejado de lado su timidez e iluminaba por todos los rincones,
calentando poco a poco al ser pasadas las ocho horas.
El despertador sonó igual que siempre, luego uno segundos
para despejar mi mente de esas cosas que se convertirán en urgentes desde ese
instante, y que si no logro apartar de mi cabeza me quitarán la paz desde ahora
y hasta que esté listo para empezar a resolverlas.
Unos segundos más para reactivar mi cuerpo, para estirar
piernas y brazos, y para hacer los movimientos de cabeza. Me descobijo, reviso
el funcionamiento de los dedos y de los pies en general y casi sin darme cuenta
ya estoy de pie para empezar un nuevo
día, tranquilo y esperanzado.
Salgo del cuarto para sentir como la luz mañanera entra por
todas las ventanas del segundo piso, aquellas que dan al norte y las del este,
en donde lo hace con mucha más fuerza. Bajé las gradas para pasar abriendo la
puerta del cuarto en donde Kika, mi Beagle de tres años, ya ha pasado su noche,
y nos saludamos con complicados movimientos; porque ella hasta ahora ha
empezado a estirarse, seguido de brincos de alegría, y yo todavía no puedo
seguirle mucho el ritmo, porque a mis más de cincuenta años, todavía no he
llevado “la cintura” a un estado óptimo, y por lo tanto no puedo seguir su “fiesta”.
Caminamos juntos hacia el patio norte, pasamos las salas y
llegamos a estar frente a la puerta de madera que nos impide el acceso a la
terraza. Tomé las llaves, abrí la puerta y de inmediato escuchamos un escándalo
que no supimos de donde venía. Era el sonido que causan los gritos de un ave,
las láminas de metal, los tubos de hierro y tazas plásticas, todo esto sumado a
los ladridos y la furia de un Beagle, mientras yo sin estar despierto del todo,
brincaba del susto.
Fueron segundos en los que no sabía qué había sucedido,
hasta que pude sentir movimiento a mi derecha. En una de las jaulas de aves,
una de unos 40x50 centímetros con un alto de más de un metro, estaba uno de los
cocatiles junto con una ardilla terrorista e infiltrada, que al vernos, o al
ver a KiKa, salió corriendo de ese lugar y se perdió entre los árboles del
patio.
Yo no sabía si esa rata con hermosa cola había venido en
busca de carne, como muchos que salen de noche, o solo vino a robar comida,
semillas en este caso, pero igual en ese momento no tuve mucho tiempo para
hacer un análisis, y éramos cuatro los que estábamos siendo atacados por el
miedo. El ave tal vez tampoco tenía claro el panorama, el bicho peludo corría
por su vida, yo brincaba con un corazón de latidos aumentados y KiKa añoraba
volver a tener en su hocico a ese ladronzuelo, como ya una vez lo hizo con
aquel que para escaparse la mordió.
Cada uno hizo lo que tenía que hacer en ese momento, el
Cocatil trataba de que el alma le volviera al cuerpo, porque en ese entonces no
recordaba que sea como sea no tiene alma, la ardilla puso pies en polvorosa
seguido por la Beagle de cacería, y yo tomé una respiración y fui a reparar el hueco
causado por el intruso, antes de que volviera, lo cual era poco probable, y
antes de que el Cocatil decidiera que nuestra casa era muy peligrosa para vivir
y se fuera volando para no regresar jamás.
El ave y yo nos veíamos a los ojos, como intentando decirnos
que todo estaba bien, que nada había pasado, que estábamos vivos y eso era lo
que importaba, mientras KiKa revisaba cada árbol, cada esquina del patio y de
la terraza, hasta se asomó a la piscina, tal vez porque sabía que la ardilla
podría ser un bicho inteligente, pero que ella lo sería más.
Ya para este entonces sólo se escuchaba el aullido ahogado o
el sollozo fuerte del Beagle, que con su sonido trataba de llamar la atención
de quienes lo siguen, para que juntos busquen la presa.
Todo parecía haber terminado, hasta que pensé: -sólo hay un
Cocatil, ¿Dónde está el otro?, y todo volvió a empezar, ahora la misión era
distinta, tenía que detener a KiKa por si lo encontraba, porque no sería justo
que quien había hecho el gran trabajo de ahuyentar al enemigo, fuera quien más
tarde tuviera que darle cuentas a mi
mamá por haberse desayunado uno de sus pajaritos.
Una vez que la jaula estaba segura y el ave se empezaba a
tranquilizar, controlé a KiKa para aprovecharme de su olfato y poder encontrar
el emplumadito fugitivo, pero estando alerta para poder separarla de él una vez
que lo encontráramos. Con cuidado revisamos juntos el patio, otra vez cada
árbol, el agua, las esquinas, la terraza y hasta los garajes; pero sin éxito,
aunque en mi angustia y ya para este entonces completamente despierto, me
parecía escucharlo piar a la distancia, tal vez en algún patio lejano, y tal
vez con amplias posibilidades de que algún gato callejero lo encontrará antes
que yo, y fuera este quien tuviera un desayuno de lujo.
Nuestra búsqueda continuaba entre piedras, troncos y matas,
debajo de mesas y sillas, e incluso debajo de los carros. Ya en mi mente estaba
preparando lo que le diría a mi mamá, aunque por dicha fuera lo que fuera al
menos KiKa no tendría responsabilidad por la pérdida, más bien estuvo
trabajando para encontrar al ave extraviada o escapada.
Minutos después, con mucha angustia y desesperación, mis
pensamientos fueron interrumpidos por el sonido del timbre, sabía que era la
muchacha de la casa, y tal vez ella sabría qué hacer. Le abrí la puerta y en un
resumen ejecutivo le comenté lo que estaba sucediendo. Con autoridad subió las
gradas hasta llegar a la terraza, para estar frente a la jaula recién reparada y de
un mono-inquilino, y me dijo: -pero era sólo uno Cocatil.
-¡Caramba!, pensamos KiKa y yo, mientras ambos silbamos una
tonada diferente, y como si nada hubiera pasado; yo me fui a sentar a una banca
a revisar el Facebook, y ella se fue para otra esquina a hacer sus necesidades.
Nunca más volvimos a tocar el tema.
Vinny
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