Vinny en la escuela - V

Parte V - "Martes después de clases"

La vida es simple y sencilla. No hay mayores altibajos ni sufrimientos. No todo abunda, pero nada falta. La muerte ha dejado a nuestra familia de lado, y como dice la canción "el sol brilla para todos". No existen mayores historias que contar fuera de la escuela, todo pasa suave y sin contratiempos. Al menos esas son mis experiencias vividas en estos pocos años.

Era pasado el medio día del segundo día de clases, y nos fuimos hacia la casa de mis abuelitos maternos. No había forma humana de llegar antes de las 12:30 que era la hora en que Mami Esperanza y Papi Esperanzo almorzaban, principalmente porque ya estábamos llegando a la primera hora de la tarde. Sin embargo mi mamá estaba al volante de su muy veloz carro, y en pocos minutos llegamos a "Esquivel Bonilla", un barrio residencial muy bonito en Guadalupe.

Ya ellos habían comido y papi descansaba en la sala, acostado en el sillón grande, con los pies cruzados y con su pañuelo tapándole los ojos, para que la luz que entraba por las ventanas de tres de las paredes, no lo molestara.

No sé que me ilusionaba más, si sentarme a comer en el comedor de esa hermosa casa, en compañía de Mami, o que llegara el momento de despertar a Papi para que se fuera a trabajar a la tienda "Mil Colores".

Comimos y llegó ese maravilloso momento, ella dijo: "Despierte a su abuelo". Era todo un reto hacerlo. Era tan sensible a ese llamado que cada vez que tenía la oportunidad lo hacía más suavemente que la anterior, tratando de ganarle a su sensibilidad. Entré a la prohibida sala, y pude verlo justo como imaginaba que estaría. Con pasos suaves y silenciosos, llegué hasta él, y con la yema de uno de mis dedos toqué casi imperceptiblemente su pie. Reaccionó muy poquito y emitió un sonido grave, muy desde adentro, para hacerme saber que ya había vuelto a la vida. Quitó su pañuelo de la cara y me vio regalándome una dulce sonrisa. Todavía puedo recordar lo que yo sentí cuando me encomendaban esa misión, y también puedo cerrar mis ojos y volver a traer al presente el olor de su piel.

Verdaderamente la vida no se trata sólo de vivirla, sino de ir acumulando memorias, que rumearemos en nuestra edad de adultos, supongo. Pasar por todos estos años, felicidades y dificultades, para no aprender nada, para no tener nada que contar o nada que narrar, no vale la pena y es un desperdicio de tiempo. De hecho los vacíos en las historias, son heridas profundas de la memoria, difíciles de sanar.

Ojalá pudiera volver a aquellos años, que según cuenta mi abuelita, se reunían frente a la cocina, supongo que de leña, a contar historias. Dice que luego llegó la electricidad, no sé si a Costa Rica, a Cartago o a su casa. Les pusieron un bombillo en el centro de esa residencia que no debe haber sido grande o lujosa, y que conforme la noche avanzaba se iba perdiendo "la carga eléctrica" y el bombillo iba bajando su intensidad, hasta "morir" completamente, sin nada que hacer y para volver hasta el día siguiente. Debe haber sido peor que cuando se nos va acabando el 4G mensual al que tenemos derecho en nuestros teléfonos celulares.

Toda esta novela está siendo un poco complicada. Nos vamos al pasado, vamos a mi escuela y conocemos a mis compañeros allá por el año 1974, utilizando los nombres de mis amigos de este año. También lo vivimos al lado de la telefonía celular del 2017 en pleno siglo XXI, y tomando historias de mis abuelos, probablemente por el año 1925. Pero trataré de hilar todo de la mejor manera, para que no nos perdamos en el pasado lejano, en mis años de escuela o en mi vida de adulto ya después de haber cumplido más de cincuenta años. Si me pierdo en la narrativa, te perderé en la lectura, por eso trataré de tener cuidado, pero si llegara a suceder, ni modo, nos perderemos juntos.

En todo caso, y como decía antes de dejarme desvariar entre este siglo y el anterior, ojalá pudiera volver a aquellos años en los que las familias se reunían para contar historias. Algunas ciertas, otras eran cuentos urbanos, y muchas que se iban formando y creando en el momento; con los errores de tiempo, contenido y personajes; propias de la improvisación. Historias con el sabor de la creatividad instantánea; y si me dejás ser un poco romántico, diré que con olor a leña.

Cuando aparecía un nuevo integrante de la familia, o un amigo cercano, llegaba con sus narrativas nuevas, y todos ponían especial atención. Venía con una retórica fresca, un cuento distinto que nunca se había escuchado; tal vez incluso de miedo, que aterraba a los niños y ponía a pensar a los adultos, sin que llegaran a estar seguros de la veracidad.

Estos cuentos nuevos eran un bálsamo o un vaso de agua refrescante para esa noche en que la imaginación no tenía límites, y que cada uno debía ser más creativo que el otro, para capturar más la atención.

Eso es lo que espero, eso es lo que quiero, eso es lo que busco. Pasar mis años de escuela, y la vida en general, grabando lo que vivo para compartirlo con el mundo cuando me lo pida. Re-masticando en mi interior, cada vez que quiera saber de dónde vengo, cómo vengo, cómo me hice y para qué me hice; y en resumen, quién o qué soy. Recuerdos o memorias que me ayudarán a compartir con el mundo cómo viví, como son mis padres, mis abuelos y mis allegados.

Entre historia e historia, las pegaré con algunas palabras que se vengan a mi mente, sin tener el compromiso de probar la veracidad de lo narrado. Tomando hechos muy reales y pegarlos con la fantasía creada por este escritor humilde que lo que busca es hacer de una historia algo digno de leer. Tal vez algún día lo lograré.

Espero, por lo tanto, tener una vida con historias, y una historia de vida.

Papi se fue a trabajar, nos quedamos en casa de Mami hasta luego de la hora del café y luego corrimos por la carretera de La Uruca para llegar a casa antes de que papá lo hiciera, que es algo que suele molestarle. No lo logramos, como es usual.

"Sorry pá". Y aprovecho para confesarte, allá en el cielo en dónde estás, que ese estrés que Mima traía por venir tarde, me fue transmitido muy directo a mi estómago. Ya pasadas algunas décadas me di cuenta que eso era lo que me afligía cuando iba a la casa a encontrarme con mi pareja. Una vez que reconocí ese "mandato de la infancia", logré sanarlo. Tal vez esto te sirva para perdonar las innumerables veces que llegamos después.
¡Esas sensaciones que nuestros padres nos pasan, como "mandato" o como "ancla" (luego hablaremos de esto), sin saberlo y que nos marcan para siempre! También recuerdo lo callejera que era mi mamá. Montaba a los "güilas" al carro y nos íbamos para la calle, pero cuando llovía la partida no resultaba tan fácil, y no sé por qué. Verdaderamente el agua no nos detenía, pero cuando el cielo empezaba a oscurecer, ella decía: "¡ah, qué tirada!, ya va a llover". Hoy por hoy, cincuenta años después, la lluvia estremece mi estómago.

En fin, estoy que me caigo de sueño. Ya cené y me voy a la cama. Mañana será otro día. Tendré que pasar junto a Mayela, tal vez veré a Nevine, tendré que aguantar a la niña Ana y la pasaré bien con Paola y Quecha.

Buenas noches mundo. Vinny

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