A las puertas del 2019


A las puertas del 2019
¿Cómo será mi recuento del 2018?

Vinicio Jarquin .com
28 de diciembre de 2018




Esta mañana, cuando Facebook me recordó mi cierre de año 2016, en el que viajé a todo el mundo, o bien a los cinco continentes habitados de la tierra, a algunos de ellos por primera vez, me preguntaba cómo será mi reporte al cierre del 2018, a las puertas del 2019.
Durante el día, mientras disfrutábamos de un hermoso paseo en familia en la finca, estuve dándole un poco de vueltas al asunto, pensando en lo vivido, lo sentido, lo conocido, lo amado, lo llorado y lo que tanto extraño. Pensando en cómo haría, o qué haría, para tener la fuerza de sentarme frente al computador, con una copa de vino, y resumir mi vida a estas alturas de mi recorrido.
Decidí hacer algo diferente. Me fui con mi sobrino a comprar un batido de fresas a la heladería Pops, para escribirlo de manera distinta. Pero como siempre, el animal viejo vuelve a sus viejas costumbres. Me tomé el batido, llené la copa de vino blanco, frío, y aquí estoy frente al monitor, desnudando mi alma. No sé si como escritor, como humano, como ser vivo, como hermano, como nieto, o sólo como yo. Un –yo- que de todos modos incluye todo lo anterior. Siempre, o cómo recientemente ha sido, con el corazoncito hecho un puño, dolido, feliz y triste a la vez.

A pesar de todo, trataré de no perder esa chispa que hace años se encendió en mi; esa chispa que intento mantener prendida para poder pasársela a otros, de mi vela a la suya, como en las graduaciones de Insight, para que juntos podamos iluminar el mundo.
Esa vela, como la que este año encendí en una iglesia en Paris, recordando todas las que mi abuelita encendió para mí durante sus ciento tres años, y mis cincuenta y cuatro. Candelitas que prendía para pedir por mis exámenes de la escuela, por mis negocios y por mis necesidades. Candelitas como las que mi hermano Norman, que hoy goza de la paz de Dios, le pedía a mi abuelita, que también disfruta de esa misma paz, para que le ayudara con sus pedidos o necesidades.
Espero, ¡en serio!, poder seguir teniendo esa flama dentro de mi; esa llama que añoro que alumbre al mundo, o en el peor de los casos, que sólo me ayude a iluminar mi camino, y tal vez al menos, para que otros me puedan ver cuando paso caminando despacio en medio de valles de sombra, en los que no temeré mal alguno, porque sé quién estará conmigo, y quién, con su vara y su cayado, me infundirán aliento.
Espero, ¡ojalá!, que mi llama pueda llegar un poquito a los corazones de algunos; alumbrarlos y tal vez calentarlos; porque así sabré que sigue vivo en mi el propósito de vida, y que sigo siendo digno de llevar la corona que alguna vez me entregaron en Egipto, cuando me coronaron como el Príncipe de tierras lejanas, el día que llegué siendo el hijo del Rey.
Luis Fer, mi pareja, mi amor y nuestro soporte más firme en la tierra, me dijo esta mañana: ¿Qué aprendimos en 2018?, ¿cómo crecimos?, ¿en qué forma nos encuentra 2019 más preparados para enfrentar las partes difíciles de la vida?
Estas preguntas podrían ser el material de este recuento. O más bien, lo que espero para 2019, luego de ver qué hice, por dónde anduve y qué viví en estos doce meses que dócil y tímidamente, terminan para siempre. Para mí y para todos ustedes, los habitantes del mundo entero.

Algunas veces he escrito acerca de Xanadú, el lugar al que quiero ir; el lugar en donde todo estará bien y en orden. Un lugar mágico. Un tema inspirado en la película de Olivia Newton, que vi con Norman hace años. Más pronto en el tiempo, escribí sobre Narnia, más o menos igual. Inventando un poco, describiendo en detalle el lugar al que me gustaría ir, en el momento específico de mi vida.
Tal vez mi vida se ha tratado, o mi vida como escritor, sobre los lugares a los que voy en la realidad, dándole la vuelta al mundo, y los mágicos lugares dentro de mi imaginación, a los que me gustaría llegar. Lugares que nadie conoce y que muchos imaginan; sin imaginar que Norman llegaría a ellos primero que yo.
Recién empezaba el 2018, aterrizamos en Santiago, la capital chilena; y ahí nos quedamos durante todo un mes, hospedados en un maravilloso apartamento en uno de los mejores edificios de la zona más exclusiva de la ciudad, desde donde pudimos disfrutar de las majestuosas montañas de los Andes, iluminados por la luna llena de enero. Nos quedamos todo un mes, recibiendo el seminario Insight IV, el último en el que participaré, la cereza del pastel. Compartiendo con 60 personas de diferentes países del mundo, principalmente de Latinoamérica.
Al final del seminario, Jacques Giraud nos dijo: Ya son graduados de Insight IV en Chile. Insight es un estilo de vida. Recuerda que cuando tenemos mayor conciencia, tenemos mayor responsabilidad. Ahora tienes un propósito, tienes mucha más claridad acerca de ti mismo. Lo único que necesitas es salir al mundo, y empezar a compartir desde tu corazón.

Una vez que llegó el verano europeo, recorrimos Francia. Una semana en Paris y luego paseando por la Provence que siempre quise conocer para ir a escribir. Estuvimos en la Costa Azul o en la Riviera Francesa, y pasamos lindos momentos en Marsella, Niza y en Montecarlo en Mónaco.
Más adelante en el año, en el otoño norteamericano, pasamos un tiempo en Canadá y en New York, y finalmente estuvimos unos días en Pensilvania, compartiendo con nuestra sobrina María José y sus hijas.
Nuestros viajes terminaron al ser el día veintitrés de octubre, dos días después de que mi hermano fue internado por segunda vez, por algunos problemas de salud que parecían no ser muy peligrosos.
Menos de un mes después, el día 19 de noviembre, fue llamado al cielo. Dejó sus cositas terrenales, y voló a la presencia de Dios. Dejándome un vacío como nunca antes había experimentado. Una soledad que nunca antes tuve, casi nunca había vivido sin él. De alguna manera era mi segunda mitad. El Cerebro de este Pinky que hoy escribe una historia nueva, en páginas blancas, sin él.
Tres semanas después de ese momento tan duro, mi abuelita se fue a encontrarlo, y hoy ambos viven con el Señor.
Fue un final de año de un dolor que jamás antes había tenido, y de lo que no hablaré mucho porque casi todo ha sido dicho en muchas de las publicaciones que he puesto en los últimos meses.
Sin embargo, no omitiré decir que la felicidad que me embarga, por la forma en cómo se dieron las cosas, es producto de esa paz que sobre pasa todo entendimiento. Que estoy bien, aunque con el corazoncito arrugado y apuñado; que voy bien, a pesar de dejar lágrimas a mi paso, gracias a tantísimas muestras de amor de amigos y familiares.

Pronto llegará el 2019, y lo recibiremos en la casa de nuestra amada Nevine, como ha sido costumbre desde hace unos tres años, hoy sin Norman. Pronto llegará el 2019, dejando atrás un 2018 que jamás olvidaré. Dejando atrás un año en el que el mayor y más importante viaje, lo hice a mi interior. Viajé al interior de Vinicio Jarquín, no tanto por el mundo, para revisar cómo me sentía, cómo crecer, qué aprendí, y qué espera el mundo de mí para lo que viene.
Pero principalmente qué espero yo de mi mismo. Cómo debo ser, cuánto crecí y qué hacer para ayudar al mundo. Abrazarlo y ayudarle a quien pueda, a convertirse en su mejor versión.
Poquito a poco, como arena entre los dedos, se nos escapa el 2018. Un año de dolor y aprendizaje. Ahora volamos al 2019 con la esperanza de seguir firmes como estamos, sabiendo que quien nos da la fuerza sigue vivo a pesar de los años y milenios.
Nos vamos juntos; mi mamá, Luis Fer y yo, al 2019; en donde sabemos que viviremos felices como siempre.

Amigos queridos, se acaba el año y empieza uno nuevo. Es sólo un cambio de calendario al que los humanos le hemos dado matices románticos. Sean felices, vivan felices, busquen la felicidad, y no la dejen escapar.

Soy Vinicio Jarquín, Pinky, caminando hacia el 2019. Mientras Norman vive en su propio Xanadú.



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