Un momento en la inquisición
Un momento en la inquisición
Cerré mis ojos y me transporté al
tiempo entre los años 1400 y 1500. Estaba la inquisición en su máximo apogeo.
No me importaba mucho, no tenía
nada que ver conmigo, y tal vez sólo era un observador de lo que ocurría en
esos tiempos monárquicos. De hecho, por un momento estuve feliz de ser testigo
de esos tiempos y alejarme de los míos, a nivel de experiencia.
De pronto escuché a una mujer
gorda, con faltante de piezas dentales, gritar: ¡Sara es bruja!
Un silencio sepulcral se apoderó
del pueblo, hasta parecía que el viento había dejado de soplar, y por lo tanto
ya no llegaban tanto esos aromas desagradables de basura en las calles,
excremento humano, y personas que tenía semanas sin bañarse. Y podía seguir
observando esas casas de recursos bastante limitados, descuidadas y de
arquitectura diferente, si se le podía llamar arquitectura a esos ranchos
pegados entre sí, separados por callejuelas en tierra, y algunas empedradas.
De pronto todo este –romanticismo
histórico- fue interrumpido por la voz chillona de otra mujer que gritaba: ¡quemadla!
El viento empezó a soplar,
realmente todo olía a mierda. Las ventanas de madera empezaron a abrirse y casi
en coro las personas gritaban “¡bruja, quemadla!”, aunque yo podía estar seguro
que muchos de ellos no sabían de quien se trataba, o qué cargos tenían en su
contra. Era una histeria colectiva. Llegue a creer que lo hacían en un intento
de poder gritar, a los cuatro hediondos vientos: “yo si soy bueno, yo no soy
así”.
La gente empezó a congregarse en
una plaza cubierta por excremento animal y algunas ventas callejeras,
incluyendo comidas de apariencia bastante desagradable. Y poco a poco empezaron
a presentar pruebas irrefutables, de la culpabilidad de la bruja.
Un señor dijo que a altas horas
de la tarde, desde el techo de la casa de la señora, salía un humo blanco, más
blanco del que él alguna vez había visto. Aseguraba que no podía ser nada más
que un hechizo o que estaba cocinando brebajes para hacer sus fechorías.
Una señora de apariencia
desagradable, que tomaba las manos de dos niños, aseguraba que cada vez que
pasaba por la casa de la ya considerada bruja, ella veía a sus niños con una
mirada que sólo el mismísimo diablo podía hacer.
Y así, esos argumentos empezaron
a llegar, principalmente de mujeres que tal vez se querían comparar con la
condenada, y que lo hacían con la esperanza de que los demás también pudieran
ver la diferencia entre ellas, y llegaran a considerarlas santas, benditas y
libres de todo pecado.
La bruja amarrada fue asida a un madero
en medio de la plaza, un sacerdote católico comandado por la santa monarquía,
escuchó los argumentos y dictó sentencia. No pasaron más de veinte minutos y ya
estaba siendo levantada la hoguera.
Un hombre fornido, bajo las
ordenes de la Santa Madre Iglesia se acercó para hacer los honores; con una tea
fulgurante prendió los leños y la bruja fue quemada viva, mientras todos
seguían gritando sus argumentos de condena y feliz de lo sucedido.
Todo terminó en poco tiempo, y
cada uno fue regresando a su casa, tranquilos por el trabajo que habían hecho y
satisfechos porque pudieron ser parte de este juicio justo que se le hizo a una
mujer. Y por supuesto muy honrados de que sus argumentos fueran tomados en
cuenta, aunque algunos de ellos fueron inventados momentos antes.
Yo ya no podía estar ahí ni un
minuto más. Volví a cerrar mis ojos y con fuerza traté de volver a mi tiempo y
a mi mundo. No podía ser testigo de esos falsos testimonios, porque aunque tal
vez algunos si eran verdad, no lo sé, muchos se veían inventados y sacados de
una leyenda urbana o de la impresión que alguno tuvo de la bruja.
Desperté en mi tiempo, frente a
mi escritorio. Estaba feliz de que esta inquisición, al menos para mí, hubiera
terminado.
¿Terminado?, en mi pantalla
estaba Facebook. La inquisición no había terminado. La gente que publicaba
decía cosas que no les consta. Condenaban a los acusados tan sólo porque no les
simpatizaba, sin tomar en cuenta las resoluciones de las cortes.
Argumentos de personas que se
dejan llevar por las masas, por lo que otros dicen, por lo que quieren inventar
y por lo que desean decir. Seguros todos de que al condenar al sospechoso, sin
juicio, los haría parecer santos, benditos y escogidos.
Personas que se regocijan
mientras condenan a los que son diferentes o a aquellos que han sido acusados
por un delito, sin esperar un juicio justo.
Volví a mis tiempos, y pude ver a
más de uno, incluso de la mano de sus niños, condenar por puro gusto o movidos
por sus más infames deseos.
Volví a mis tiempos, viajé de una
inquisición a otra, y tengo que decir que aquí, como allá, también huele a
mierda.
Vinicio Jarquin .com
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