Una caricia desde el cielo

Una caricia desde el cielo

Vinicio JarquÍn
14 de diciembre de 2019



Luego de la partida de mi hermano al cielo, este año decidí que el árbol de Navidad sería el de frutas de guayaba, que se luce erguido en el centro de mi jardín de gran tamaño, y que he pasado muchos meses arreglando, para que sea una hermosa vista desde mi terraza, al norte de la casa. 
En los primeros días del mes de noviembre empecé a decorar el árbol cuyos frutos habían sido consumidos en su totalidad, por las ardillas que llegan cada mañana, pese a los ladridos y la ira de KiKa, mi Beagle de cinco años. 
Luego de ponerle lucesitas blancas de Navidad, colgué en casi todas las ramas una gran cantidad de bolas navideñas de color rojo. Lamentablemente las luces dejaron de funcionar luego de la primera vez que el jardín fue regado para evitar que se secara.
Evitando la frustración de no tener un hermoso e iluminado árbol de Navidad que pudiera ser visto por mi hermano desde el cielo, compré otras extensiones de luces Led, de mejor calidad y más intensidad. ¡Está hermoso!
Una de las bombonas rojas quedó guindando en una rama más frágil y alejada de las otras, lejos de las de los otros árboles, lo que ocasiona que sea una de las que más se mueven con el viento, tanto hacia los lados, como de arriba hacia abajo. Esto lo digo porque de alguna forma será la “explicación científica”, para lo que sin explicación contaré.
Un día de estos tarde en la noche, estuve caminando por el patio, como algunas veces lo hago, porque de alguna forma me acerca un poco a mi hermano. Estaba cerca del árbol de guayaba, junto al de cas y dándole la espalda al de toronjas. Me había alejado de casi todas las bombas rojas para ver la tridimencionalidad que crean al estar a diferentes distancias de mi y entre ellas, y casi todas a distintas alturas, porque aunque usé dos largos en los hilos que las sostienen de las ramas, estas están en alturas irregulares. 
Mientras las veía y disfrutaba en la oscuridad de la noche, iluminado por las luces blancas del árbol y por el reflejo rojo de cada una, sentí como si algo, o alguien, me diera una palmadita en la espalda. No sentí miedo, y aunque pude haber deducido que era la bolita rezagada,  no pensé en nada, sólo disfruté el momento, tratando de convertirlo en una gloriosa coincidencia. De pronto fui interrumpido por otro golpecito igual, en el mismo lugar de mi cuerpo, y con la misma intensidad. 
Con atención revisé las bombas que colgaban frente a mi, para darme cuenta que no había viento y ninguna se movía. Me di la vuelta y pude ver la que estaba detrás, completamente quieta, igual que el resto de ellas que como soldados de un gran palacio o castillo, se mantenían serias, firmes e impávidas. 
Durante unos segundos nos vimos directo a los ojos. Ahí estábamos los dos, uno frente al otro, sin decirnos nada, pero diciéndonos de todo, mientras el resto de ellas seguían estables, como montando una guardia de honor.
Regresé mi mirada al frente para “masticar” o “saborear” lo que acababa de experimentar, y sin que pasara un minuto, y aunque los guardias rojos continuaban en su posición de nobleza, la bolita trasera dio una vuelta alrededor de mi hombro derecho, quedando posada en mi pecho, unos segundos después subió, paso rozando mi mejilla, dándome una caricia suave, y regresó a estar detrás de mi, como a unos cincuenta centímetros de distancia, dejando mi piel erizada. 
Todavía no sé qué movió a esa bolita, cómo pudo recorrer tanto espacio con un hilo tan corto, cómo se armó esa secuencia de movimientos, y por qué el resto de ellas se mantenían quietas y honrando.
Tal vez la rama es más flexible o tal vez el viento pasa diferente entre unas ramas y otras, no lo sé; lo que sé es que esa noche una de las bombillas rojas brillantes, me dio dos palmaditas y una caricia, y aunque pueda existir una explicación científica, yo disfruté el momento como parte de una magia sin explicación. 
Eso sucedió hace alguna semanas, y todavía cuando salgo al patio por la noche, veo a esta bola diferente a las otras, y el resto de ellas me ven distinto a como me veían antes de haber sido acariciado desde el cielo.


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