"Un día con Resonancia Magnética"

"Un día con Resonancia Magnética"
Vinicio Jarquín C., 26 de abril de 2013

Fui el lunes pasado a la cita con el neurólogo que revisaría mi brazo y trataría de determinar la causa del dolor.

Primero un examen básico neurológico general, no perdí el equilibrio, y logré encontrar, siempre, la punta de mi nariz, aún con los ojos cerrados. ¡Todo bien!

Otras revisiones y muchas preguntas y el dictamen fue: "un nervio maltratado". Un nervio que se regeneraría solito, con el tiempo; pero para evitar el dolor sería conveniente tomarse unas pastillitas. Supuestamente el nervio sana más pronto si no hay dolor.

¡Unas pastillitas!, sí, algunas: Lyrica de poderosos 150 mg, dos veces al día + Dorixina Relax + Zaldiar, tres veces al día + Tramal = 7 pastillitas diarias. Ni modo, a hacer caso y sumar todo esto a las compresas calientes y frías que me hago por las noches, y a las dos sesiones de terapia semanal; el doctor me dio una orden para diez de ellas.

Su comentario fue: Vamos a ver que tal resulta, sino le enviamos una Resonancia Magnética.

Luisfer y yo pensamos que sería mejor ir "a la raíz del cacho" y hacer la Resonancia de una vez, así que nos dio la orden médica. Saqué cita para hoy, y aquí vamos con el cuento.

Fui a la clínica que está cerca del Hospital México. Me habían dicho que no se necesitaba una preparación previa, ni dieta, ni ayunas; además me aseguraron que no era incómodo y que yo podía ir solo y manejando. Por supuesto que antes de la -Tramal- que me marea y "emborracha".

La cita era a las dos y pedían que llegara media hora antes para llenar uno de esos formularios que los liberan de toda responsabilidad. Cientos de preguntas de -sí y no-, algunas con su correspondiente: "explique:".

Una de esas preguntitas decía: "¿Ha comido algo hoy?, especifique:", lo primero que pensé fue: ¡La cagamos!, como poner en ese espacio tan pequeño que hacía 15 minutos me había devorado toda una chuleta de cerdo, acompañada "elegantemente" de dos cucharadas grandes de frijoles, junto a casi un kilo del maravilloso arroz de mi mamá, con una sutiles rodajas de tomate y tiritas de lechuga. Tuve deseos de escribir: "De todo menos maduros"; pero resumí poniendo: "almuerzo completo".

Como hasta ese momento no sabía muy bien en que consiste una resonancia magnética, no estaba seguro si el radiólogo, o quien fuera, podría ver toda esa carne en mi estómago; pero de lo que sí estaba seguro era que no sabría si era bistec o chuleta, porque el hueso (sin chupar, por supuesto) se quedó en casa.

Otra de las preguntas era: "¿Toma algún medicamento?". Por dicha aquí el espacio era lo suficientemente grande para anotar la lista de las pastillitas ya mencionadas.

Terminé de llenar y firmar los documentos y me hicieron pasar a un escritorio en donde estaba la señorita que cobraba el monto del examen. Una muchacha que ha de haber recibido un gran entrenamiento para no arrugar su cara, ni mover ningún músculo de ella, mientras como si no pasara nada dice: -son cuatrocientos mil colones, ¿efectivo o tarjeta?.

Por supuesto que tarjeta, ¿tengo cara de andar, de casualidad, 20 billetes de 20 mil colones en la billetera?; en fin, pagué.

Desde ese momento, y luego de haber firmado el -voucher-, mi mente quedó en blanco, hasta que un muchacho, como de revista, valga comentar, pronunció mi nombre para que lo siguiera a un cuartito pequeñito.

Desde que firmé (el voucher), al menos, fui tratado como se debe atender a cualquier persona que paga $800 por un servicio de 30 minutos.

Entramos a ese "cubículo" en donde había dos grandes computadoras y cientos de controles extraños, frente a una ventana que daba a una habitación mucho más grande, en donde estaba la máquina que en pocos minutos me devoraría. ¡Qué vergüenza!, no podía dejar de pensar en la chuleta.

Corrió una cortinita esquinera y me pidió que entrara y me cambiara; que no me dejara nada conmigo. Me señaló una gaveta y dijo que ahí podía dejar mi billetera y artículos de valor, que él los guardaría con llave. Lo que pensé fue: "¡tranquilo!, ya me acaban de asaltar, el que me roben la billetera tres minutos después, es muy poco probable". Puse mis cosas en la gaveta, me puse la bata color gris, tono horrible, y de un diseño tan feo, que es peor que las de los hospitales y clínicas; al menos no tenia la abertura que requieren las de la colonoscopía.

Me dijo que adentro hace frío, que me quedara con las medias y la ropa interior, ok, sí, ¡no es colonoscopía!.

Y así, vestido de ratón con medias y sin glamour, lo seguí al cuarto del monstruo.

Ese gran aparato tenía la boca abierta y la lengua afuera, en forma de camilla médica.

Me acosté ahí y acomodé la falda de la bata. ¿Cómo haría mi abuela para pasar la noche sin que estas batitas se le arrollaran hasta el pescuezo?, no sé. Yo acomodé la mía, tan elegantemente como era posible, pegué los tobillos y entrelacé mis dedos sobre mi abdomen; ya estaba asumiendo la posición de Lilly Monster, solo que sin la cala, hubiera sido demasiado.

El mae me puso una cobija encima, ¡por dicha!, indicándome que adentro hace frío; me puso unos tapones en los oídos, también explicándome que tendré mucho ruido. Luego unas almohaditas, como hombreras, entre mis mejillas y el soporte de la cara que estaba en la camilla. Después tomo mi cadera y me movió, acomodándome; e hizo lo mismo con mi torso. Finalmente trajo una cuestión que parecía la baranda de las cunas de antes. Dos tubos blancos que encajaban perfectamente en el soporte de la cabeza, casi como un casco de futbol americano. La "reja" en cuestión estaba a unos muy pocos centímetros de mi cara.

Me dio las últimas instrucciones: "no se mueva porque entonces las imágenes quedarían movidas, si necesita algo aprete esta bomba", mientras ponía en mi mano una cuestión de hule, parecida a las cornetas de las bicis de antes, o al "gotero" gigante que se usa para estar humedeciendo el pavo, o el chompipe. ¡Ups!, me acabo de acordar de la chuleta. Finalmente dijo: "si puede se duerme".

El mae salió del cuarto, y el monstruo empezó a tragarme, hasta tenerme, todo yo, dentro de él. Una vez "tragado" empezó a hacer unos ruidos extraños, suaves, variados y constantes, mientras que a mi se me dormía y hormigueaba el bracito enfermo, y empezaba a picarme la nariz, el cachete, la frente y todo, para no seguir.

Mientras estaba en el hocico de la maquinota, pude notar que no era tan grande por dentro, apenas unos muy poco centímetros más allá del catre que tenía en mi cara. Realmente estaba acostado y prácticamente enrejado, en un tubo muy muy pequeño. Pensé en los mineros chilenos; pero rápidamente desvié mis pensamientos para no ponerme histérico en ese túnel que me mantendría por 30 minutos. Por lo menos ya habían pasado 30 segundos.

Si abría los ojos me daba cuenta que tan cerquísima estaba "el techo" de mi, y por supuesto era más probable que perdiera la paz. En ese momento lamenté no haber ido con Luisfer, si él hubiera estado sosteniendo mi dedo gordo del pie, hubiera sido suficiente apoyo; pero igual, tal vez no lo dejan entrar.

Recuerdo que antes de que el mae saliera le pedí, que si temblaba, me sacara de ahí; me dijo: "si tiembla, lo primero que hago es sacarlo; pero de todos modos este es el lugar más seguro del mundo". Podrá ser el lugar más seguro en caso de terremoto; pero qué hago yo, sin poder moverme, metido en un túnel diminuto, con todo un edificio encima. No gracias.

Ok, ya pasaron 45 segundos; solo 15 más y habremos gastado uno de los treinta putos cabrones minutos que estaré aquí.

Necesitaba pensar en algo para distraerme, o bien dormirme, cosa que hice a ratos, pese a que los sonidos aumentaron considerablemente, en diferentes tonos, tal vez en distintas frecuencias y cambiando constantemente. Entonces, a ratos dormitaba y a ratos redactaba esto que ya estoy escribiendo. Pensé que era importante que mis queridos lectores supieran qué se siente en una Resonancia Magnética.

Ya los sonidos no lograban despertarme. Gracias a Dios me dormí mientras el tiempo pasaba, De casualidad ¿ustedes no notaron que esta tarde, como entre 2:00pm y 2:30, los minutos duraron una eternidad?, yo sí.

Como dije antes, me dormí pese al ruido; lo único que me despertó fue el par de veces que la camilla se movió hacia afuera, como cinco centímetros. Cada vez pensé que habíamos terminado; pero eso no fue cierto sino hasta la vez número tres que la camilla salió, y salió, y salió.

Ahí estaba el mae, esperándome con una gran sonrisa, y dijo: "Hemos terminado".

¿Terminado?, tal vez para él; yo todavía necesitaba que me diera la mano para levantarme. Recordemos que no estaba haciéndome una sesión de fotos, era una Resonancia Magnética por enfermedad y que luego de treinta minutos de estar dentro de esa maquinota, mi cuerpo estaba entumecido, y mi brazo, desde el hombro hasta la uña del dedo índice, estaba dormido y hormigueante, al menos sin dolor.

¿Terminado?, tal vez para él; yo todavía necesitaba -arrastrarme- hasta mi ropa para quitarme este ridículo y feo traje de ratón.

Ahí, en esos momentos, no podés dejar de pensar en lo que realmente sos una vez que te despojás de las cosas mundanas, simplemente un muñeco más, vestido de ratoncito.

Lo logré, llegué hasta mis -chuicas-, me -mudé-, dijo la agüela; me despedí del "enemigo" que me metió en la boca del monstruo, que también fue el "amigo" que me "rescató", y salí.

Me paré frente al escritorio de la chavala para que me diera mi factura, -voucher- y comprobante, para abandonar esa clínica que, fácilmente, podría ser la pesadilla de cualquier claustrofóbico.

La chavala pasó junto a mi, con esa sonrisa de entrenamiento y me dijo: "ya le entrego la facturita". ¿La -facturita-?, ¿Será que realmente es un papel pequeño, o es que ella habla, pese a su capacitación, de la mejor manera al estilo costarricense que tiene que utilizar diminutivos para suavizar la situación?.

Volvió a pasar a mi lado, y nuevamente me dijo lo mismo, hasta que entró en su cubículo y empezó a imprimirla.

Yo ya, vestido, enjoyado y nuevamente empoderado, le dije: -¿Por qué no está lista?, me respondió: -ya casi se la doy; -¿Por qué no está lista?. Y ahora dijo: -ya está lista, solo falta imprimirla.

¡Uff!, que molestia, le dije: -no le estoy preguntando que falta para que me la de, le estoy preguntando ¿Por qué no está lista?, tengo treinta minutos de estar dentro y usted ¿no podía tenerla lista?.

No me dijo nada más, ni yo tampoco; la tomé y me fui; pero al menos lo hice con la satisfacción de ver como se le desfiguraba el rostro a la chavala de -full- entrenamiento, que hacía media hora me había dicho, sin inmutarse: "son cuatrocientos mil colones, ¿efectivo o tarjeta?".






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