¿Qué diferente es el mundo?
¿Qué diferente es el mundo?
Vinicio Jarquín C., 11 de mayo
de 2013
El año pasado estuvimos en
Dinamarca y nos sucedió en evento muy gracioso, que hoy todavía recordamos; y
esta tarde pensamos en cómo se hubieran desarrollado los hechos en otra ciudad.
Estábamos hospedados en un hotel
de la cadena Crown Plaza en las afueras de Copenhague. Una mañana a salir,
rumbo a la ciudad, el clima había cambiado y lloviznaba. Preguntamos en el
hotel si de casualidad tendrían uno o dos paraguas que pudieran prestarnos. La
respuesta rápida del muchacho de recepción fue entregarnos dos, preciosos y
blancos, con el logo del hotel en rojo. Un producto de primera calidad; fuertes
y grandes, todo lo que necesitábamos para caminar muy orgullosos por las calles
de la capital.
Al regresar por la noche,
veníamos caminando sin haber dejado el orgullo que sentíamos de andar casi
secos, pese al viento y la lluvia que no había desaparecido, cuando de repente
una fuerte corriente nos pegó de frente y nos hizo caminar con los paraguas
casi acostados, para proteger nuestra cara y ojos de las gotas de lluvia que
venía como perdigones hacia nosotros. No puedo dejar de confesar que para ver
el camino levanté uno de los paraguas y el viento lo dobló completamente; lo
dejó peinado de “moño”, con no sé cuantas varillas quebradas y con, como diría
en el INS, “Perdida Total”.
Luis Fer, obvio en él, corrió a
darme el suyo para que yo no me mojara, mientras él se ponía el gorro de la
jacket. Nuevamente, porque seré muy lindo; pero no tan vivo, cambié el ángulo
en la posición de este nuevo paraguas entregado, y zaz!, el viento volvió a
hacer lo mismo. En menos de un minuto yo tenía dos paraguas, uno en cada mano,
con varillas quebradas, la tela hacía arriba, la cara empapada y frente a un
Luisfer, a medio poner el gorro que me miraba con una cara de “como me fui a
enamorar de este baboso”; pero solo dijo: “sos un destructor de paraguas”.
En ese momento no nos habíamos
mojado tanto, creo que nos empapamos cuando nos detuvimos a reírnos, en medio
de la nada, entre la estación del tren que nos trajo de la ciudad y nuestro
hotel en las afueras de Copenhague.
Ahora faltaba lo peor, ¿Como
llegar al hotel con este “despiche” de paraguas?, ¿Qué nos dirán?, ¿Cuánto nos
cobrarán?. Yo sabía que no había mucho o algo que hacer, estaban rotos, estaban
quebrados. Yo pude sentir en mis manos mojadas como, en un segundo, se
quebraban las varillas; yo sabía que los paraguas habían muerto; yo sabía que
de una u otra forma, lo que tenía en mis manos eran los cadáveres de aquellos
hermosos paraguas que en algún momento nos hicieron sentir orgullosos de
caminar con ellos y lucir su bello logo del Crown Plaza.
Luis Fer se rehusaba a verlos
morir, a darse por vencido, y a pagar lo que nos cobrarían. En las puertas
laterales del hotel se detuvo a tratar de reparar las varillas; a intentar que
la tela volviera a su posición inicial, por lo menos para no pasar el ridículo
por la antesala del hotel.
No había mucho que hacer, no
pudimos hacer nada. Entonces, muy elegantes entramos al hotel cargando nuestros
muy “despichados” paraguas. Caminamos todo eso, entre sillas y mesas, bajo las
risas y miradas de muchos de los huéspedes que estaban esperando que escampara
para salir.
El muchacho de recepción corrió
a nuestro encuentro. No puede ser que venga a regañarnos; no puedo creer que
venga a cobrarnos, a gritarnos, a pegarnos o a insultarnos. No, vino corriendo,
tomó ambos paraguas, y en su muy elegante forma de hablar nos pidió disculpas
por lo sucedido; se disculpó por los vientos de la ciudad. Tomó los cadáveres y
se fue con ellos sin mencionar que tuviera algún costo; de hecho no tuvimos que
pagar nada.
Esa situación marcó nuestras
vidas. O más bien ambos momentos, aquel en el que murieron y la forma en cómo
el hotel nos trató. Lo hemos recordado en varias oportunidades; pero
principalmente hoy, un par de días antes de volver a aquella parte del mundo.
No necesariamente al norte; pero si de regreso al viejo continente.
Hoy nos preguntábamos como
hubieran sido los hechos de haber pasado en otra ciudad o en otro país; o bien
en otra cultura. Pensamos como sería lo vivido de haber pasado con los vientos
de Costa Rica, Estados Unidos, China o Perú.
Veamos esos ejemplos…
Imaginamos que algún turista que
llega a Costa Rica y pregunta por un paraguas, la respuesta podría ser:
-No señor, no tenemos paraguas
para prestarle, lo siento. Antes teníamos pero fíjese que quien sabe qué pasó,
como que se los robaron todos. Pero tal vez si mañana se da una vueltica le
pueda conseguir un paragüitas.
Y si hubiéramos estado en Perú,
tal vez esta hubiera sido la conversación que se desarrolle:
-Disculpe,
¿Tiene un paraguas?
-Un
paraguas!, ¿Qué es eso y para qué lo necesita?
Y en China:
-Perdone,
¿Tendrá de casualidad un paraguas que me prest…
-No
palaguas, no palaguas
-Pero
perdone, ¿Tiene un parag…
-No
palaguas, no palaguas
Bueno, tal vez un poco
decepcionado el turista sale a la calle y ahí se encuentra a una personita de
no más de 1.4mts y 120 años de edad, cargando un saco lleno de eso que usted
necesita y gritando: “palaguas… palaguas… palaguas”
Que diferentes son los países, las
ciudades, la gente y la cultura. Tal vez parte de eso es lo maravilloso de
viajar por el mundo. Si todos fuéramos iguales no sería tan interesante.
Pero, y que pasaría si la
pregunta la hubieras hecho en Estados Unidos:
-Disculpe,
¿Tendrá un paraguas que me preste?
-Bueno!,
el paraguas no está incluido.
-No,
claro que no. Eso lo puedo entender, ¿cuánto cuesta?
-Tenemos
varios modelos, este es el más económico. Cuesta $10 dólares el alquiler; pero
solo lo puede manejar usted, $2 diarios para un usuario adicional. Si lo pierde
tiene que pagar $40; pero puede tomar un seguro que cuesta $8, aunque solo paga
$4 si lo contrata usando su American Express. No aceptamos efectivo, solo
tarjeta de crédito y tiene que pasarla usted mismo por esa ranura, y luego
venir a firmar estas 23 hojas del contrato. Las copias se las enviamos por
correo. Una vez que esté listo le diremos en que piso, fila y estante está su
paraguas. Gracias por preferirnos.
Qué diferente es el mundo!
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