El mejor de los empaques
Vinicio
Jarquín C.
1996,
revisado 7 de marzo de 2017
¿Cómo decir que no a una propuesta
amorosa?
Llegó a mi vida un lindo regalo que
no esperaba y que mucho menos había pedido. Traía una envoltura perfecta, como
nunca antes había visto. Era un empaque de colores pastel que demostraba
quietud, paz, tranquilidad y paciencia; y adornado con un lazo celeste y
blanco, colocado delicadamente al centro del regalo; con lindos listones azules
que indicaban seguridad, fortaleza y consistencia; con un aroma delicado y
dulce que me inducía a amarlo desde el primero momento.
No me atrevía a abrirlo, no quería
dañar lo que fe hecho con tanto esmero. No podía romper ninguna cinta, ni
siquiera imaginaba el llegar a arruinar ese mágico envoltorio.
Hasta que en una dulce mañana soleada
tuve que tomar valor y atreverme a abrirlo. Así que poco a poco y lentamente,
con el mayor de los cuidados, fui despegando listón por listón mientras
colgaban delicadamente del lazo, haciendo colochitos en el espacio. Quité una a
una las largas y brillantes cintas azules, que reflejaban el sol en sus bordes
y demostraban naturalidad y pureza.
Estaba totalmente atraído viendo como
se movían dócilmente con el suave contacto del viento, demostrando su
maniobrabilidad. En el momento en que menos lo esperaba, uno de casi veinte
centímetros de largo, se desprendió de entre mis dedos y se dirigió
bamboleando, pero sin frenos, hasta el suelo.
Cayó y creí que mi corazón se estaba
partiendo en mil pedazos. No me atrevía a mirarlo, no podía ni quería verlo
arrojado. No podía aceptar la idea de que una cinta del mejor obsequio yacía
abandonada en el frío de una superficie que antes había pisado.
Luego de unos minutos y después de
respirar hondamente, dirigí mi mirada hacia él. Sorprendido noté que no estaba
ahí, el viento lo había deslizado a través de todo el blanco salón, y lo había
depositado en una esquina, bajo la fuerte mesa de mármol y oro.
¡Qué tonto soy!, pensé, ¿Qué estoy
haciendo?, ¿Por qué estoy llorando?, ¿Por qué pongo mi atención en aquello que
el hombre puede crear?, ¿Por qué no centralizo mi vida y aprecio lo que es y no
lo que se crea?
Y así, con este pensar y tomando
valor, proseguí abriendo el obsequio, tratando de no darle mucha importancia;
pero no podía. Quien empacó lo que fuera lo hizo con cuidado y pretendía que yo
sintiera lo que estoy sintiendo.
Quería ver qué había dentro, esperaba
encontrar algo diferente y único, algo difícilmente imitable, algo que nadie
hubiese tocado. Esperaba deseosamente encontrar algo que no haya hecho el
hombre, sino que fuese natural.
Seguí, poco a poco, desprendiendo
cada cinta, cada papelito, cada listón; esperanzado en lo que vería.
Hasta que por fin, llegué a la última
etapa de ese maravilloso empaque. Un papel blanco como la seda, que emanaba
pureza y bondad. Una seda blanca que era mi último escalón para encontrar lo
que siempre había deseado y que verdaderamente estaba necesitando conseguir.
Respiré fuerte y profundamente,
sentía que el corazón iba a explotarme, las venas se estaban marcando cada vez
más sobre mi frente, mi respiración se aceleraba al máximo. Trataba de
controlarme, sin lograrlo; y en un último intento de normalizar mis latidos, mi
respirar y detener el sudor que corría por mi cuerpo, cual gotas de agua en un
manantial inmenso, cerré mis ojos, puse mi mente en blanco y me senté en una
celeste silla de tela suave que se encontraba en el centro de la habitación.
Mire hacia la derecha, había un gran
espejo en el que pude observarme totalmente consumido por la ansiedad; estaba
desesperado por quitar aquel último papel, quizá ahí podría encontrar lo que
siempre desee.
Miré hacia la puerta del frente que
estaba abierta, y de inmediato cruzó por mi mente la idea de salir corriendo.
Caminé hasta el umbral, me decidía a escapar; pero antes echaría una última
mirada de despedida a aquel obsequio que desde el principio amé.
Cuando voltee la cabeza, lo primero
que paso frente a mí, fue aquella esquina donde se encontraba el colochito de
cinta en abandono.
Pensé que debía terminar lo que había
empezado y así, camine hacia la mesa nuevamente, puse mis manos sobre el bello
obsequio, quite el papel, y… de inmediato desperté…, me encontraba otra vez, de
pie junto a la salida; pero esta vez sería diferente, esta vez, en la realidad,
no echaré ese vistazo final.
No pude ver lo que había dentro, pero tampoco quiero verlo, su
envoltorio era perfecto y único, y así lo guardaré en mi mente y mis recuerdos.
Comentarios