¿Qué pasó con el cambio de llanta?
¿Qué pasó con el cambio de llanta?
Vinicio Jarquín C.
21 de setiembre de 2017
“Hoy vi que mi carro tenía una llanta desinflada, la cambié,
pasé a repararla y me fui a la casa”.
Esa es toda la verdad de lo sucedido hoy, y es la versión
que muchos podrían contar, si es que quieren contarlo. Siempre hay más detalles
interesantes que podemos decir o bien que no queremos decir. Pero los diré.
Salí de clases a las 5:00 de la tarde y me encontré con que
mi carro tenía una llanta totalmente desinflada. No creía que se pudiera
conducir hasta la bomba más cercana, y mucho menos siendo hora pico. Ya había
dejado de llover, pero la garúa continuaba y amenazaba con volver a soltar esa
cantidad de agua que suele hacerlo en las tardes de invierno, y principalmente
en estos días en que los huracanes del Caribe jalan las nubes del pacífico y
nos mojan.
Entonces, ¿qué hacer? Por supuesto que era una pereza. Fuera
la que fuera mi decisión perdería mucho tiempo, y si lo hacía yo mismo también
terminaría un poco mojado, con las manos sucias de llanta y calle, y
probablemente hasta con algún raspón o rasguño en las manos. Eso sin contar que
tenía que hacer el proceso con cuidado porque era algo poco usual y hasta
podría lastimarme la espalda. No porque la tenga delicada, sino por un
ejercicio no rutinario.
Muchos cuestionamientos que me llevaron, definitivamente, a
llamar a “INS Asistencia”. De todos modos, pensaba tratando de convencerme de
que era la mejor decisión, es mucho lo que se les paga como hacer su trabajo.
Si el servicio está incluido en la póliza ¿por qué no usarlo? Y así seguí,
pensando en eso mientras los llamaba y daba mis datos.
Me preguntaron de todo. Creo que lo único que no me
preguntaron era de qué color era la llanta. En todo caso eso no hubiera sido
complicado, porque aunque yo ya estaba guarecido dentro del carro para no
mojarme, estaba seguro que las cuatro llantas son negras. Pero tal vez para la
chica del INS, que por cierto no era muy simpática, también era claro el color.
Luego de dar todos los datos, que nos tomó 6 minutos
(contados), me dijeron que pronto me llamarían para confirmar, y así lo
hicieron en no mucho tiempo. Y me dijeron que en media hora llegarían a –auxiliarme-,
y así fue también. Ese no es el problema, o no lo fue.
El parqueo se fue desocupando poco a poco conforme los
estudiantes de la tarde iban sacando sus carros, y empezó a llenarse con los
autos de quienes venían a la clase de la noche. Mientras tanto yo estaba dentro
del mío, jugando con el teléfono, conociendo la nueva actualización del IOS11,
revisando Facebook, y pensando en cuán –cuita- era al no reparar yo mismo el
daño, o cambiar la llanta.
En mi casa todos cambian llantas cuando es necesario,
incluso mi hermana y mi mamá, no era nada que me resultara extraño, ni tampoco
era un trabajo duro de hacer. Incluso sabía que lo podía hacer en muy poco
tiempo porque muchas veces en mi vida lo he hecho. Pero, porque siempre hay un –pero-,
andaba muy lindo vestido, estaba garuando, las semana pasada estuve resfriado,
incluso con calentura, etc. Seguí esperando, que lo hagan ellos. Nada pasa y no
importa.
De pronto me llamaron por teléfono. Una chica de INS
Asistencia me dice que el carro de ayuda estaba frente al edificio, pero que no
me ubicaban. Le dije que estaba en el parqueo, que buscara al guarda, y le
dijera que le abriera, y así lo hizo.
Sentado en mi carro veo entrar un pick up Nissan Frontier,
color blanco y de un modelo bastante reciente, de donde se bajó una señora. La
señora que habían enviado para ayudarme.
¡Caramba!, pensé. Si en algún momento había sentido que
podría verme muy –cuita-, esto lo confirmaba por completo.
En todo caso, ya que se podía hacer, no la iba a cancelar y
aunque podía haberme dispuesto a ayudarla en su tarea, estaría perdiendo todo
por lo que había decidido no hacerlo desde el principio.
Ella bajó una enorme gata hidráulica, subió mi carro, quitó
la llanta desinflada, bajó la buena de la joroba, la cambió y socó las ranas
(tuercas). En ese instante es cuando quien está de “ayudante”, que no era mi
caso, guarda la llanta dañada. Pero ya que no me había mojado, ensuciado,
raspado o lastimado, decidí seguir igual. Ella tomó la llanta y la guardó. Y nos
despedimos.
¡Ah! nuevamente olvidaba algunos detalles que no podrán
creer. Cuando el guarda abrió el portón para que ella entrara al parqueo, no
había nadie a la vista. Esto sería un suceso entre ella y yo, y mi “color de
cuita” sería nuestro secreto, pero no.
El guarda decidió venirse a verla cambiar la llanta, como si
fuera algo tan importante, o como si nunca lo hubiera visto, o bien como si
hubiera decidido que sería lo que podía hacer en ese momento para hacerme
sentir más apenado. Y no solo eso, entró una pareja de señores para sacar su
carro.
Claro que como en esta vida todo sucede por algo, el carro
de ellos era, entre unos 40 vehículos, justo el que estaba siendo bloqueado por
el hermoso pick up de la doñita. Entonces ahí estábamos viéndola trabajar, el
guarda, -los rocos- y yo.
Sé perfectamente lo que yo pensaba en ese momento y que ya
había empezado a redactar en mi mente este “documento” que ustedes están
leyendo. Y aunque ustedes deben tener sus teorías con respecto a que pensaban
ellos tres mientras “la asistencia” se desarrollaba, no quiero saberlo.
Finalmente todo terminó. Llanta de repuesto instalada,
llanta mala guardada donde debe ser, el guarda disfrutó de un espectáculo
irrepetible y lo señores se subieron a su carro. Yo me fui de ahí pensando lo
que fuera.
Ya había utilizado el servicio al que tengo derecho en el
INS, y luego de un día en el que solo perdí media hora de mi valioso tiempo, y
mi imagen social, (aunque solo ella supo mi nombre), no quise llegar a casa con
el carro usando la llanta de repuesto, y tener un pendiente más para mañana.
Bajé por la carretera de Pavas y encontré un centro de
servicio abierto. Entré y les dije que tenía que cambiar una llanta, me
hicieron señas para subir mi carro a una de esas cosas que lo levantan, y me
bajé.
Ya había pasado el ridículo suficiente, cualquier cosa ya me
tenía sin cuidado, así que dejé que ellos hicieran su trabajo, que me
atendieran bien y me cobraran lo que fuera, pero quería llegar a casa con las
manos limpias.
Sacaron la llanta mala del baúl, quitaron la llanta de repuesto,
le revisaron la presión y la guardaron en su lugar, acomodando además la
alfombra de mi cajuela. Repararon la llanta mala, la pusieron en su lugar, y
revisaron las otras tres. Todo perfecto mientras yo enviaba fotos de todo lo
sucedido y redactaba todo esto en mi cabecita.
Al final, el resultado fue: Una llanta desinflada + media
hora de espera + ¢2.500 en el centro de servicio + pérdida total de imagen,
pero con las manos limpias y las uñas perfectas. Además qué importa, nadie
sabrá lo sucedido, salvo que me sigan en Facebook.
Vinny
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