Vinny en la escuela - VI

Parte VI - "Miércoles de la primera semana"

El carro de Mima requería de algunos trabajos del taller de la Datsun, algo nuevo le iban a poner, eso es normal y regular en casa, así que me vine en la mañana con papá.

Fue divertido venir conversando, mis tonteras y sus preguntas. ¿Cómo va la escuela?, ¿cómo se llaman los profesores?, ¿cómo me va con la gente en la clase?. Esta última es una pregunta que puede parecer normal y regular, pero viniendo de él, era para saber si tenía que tomar medidas o si algo que él hiciera podría resolver algún problema o podría, eventualmente, garantizarme un mejor, trato si es que no lo estaba teniendo.

Sin faltar esa frase: "podrías invitar un día a tus compañeros, y a la maestra", sin importar las incomodidades o el gasto que eso pudiera representar. Era papá, todo era solucionable.
Usualmente, cuando caminamos juntos, el pone su mano en mi cuello, fuerte y pesada, y así recorremos hacia donde vayamos; pero eso no fue hoy, porque en la acera se acaba "el contrato" de traerme a la escuela. Tenía que estar pronto en la oficina, y yo ya estaba "en mi charco".

Años después, confieso que décadas, pensaba en el porqué siempre colocaba su mano en mi cuello. Claro que siempre pensé que para guiarme o para que no me perdiera; pero en un ejercicio de Insight III, ya pasados mis cincuenta años, trajimos a papá y a mamá a nuestros recuerdos, simulando que estaban con nosotros. Un ejercicio que hicimos más de doce años después de que él murió. Estando ahí, controlando la conversación en mi cabeza, le pregunté las razones de esa costumbre, y sentí que me dijo: "para apoyarme en vos mae, siempre para apoyarme en vos". Fue uno de los momentos más sensibles de mi vida.

Eran las siete y algo de la mañana, con él se llega temprano. Caminé despacio desde el carro hasta la puerta principal, para encontrarme a Mayela levemente sonriente. O sea que la señora entendió que frente a él, o ante su mirada, una sonrisa podría representarle ganancias, y lo contrario podría convertirse en pérdidas. No creo que estuviera medio coqueta con el moreno delgado y erguido, que estaba en el carro viéndome entrar, tal vez reconoció frente a quién estaba. Y para ser honesto, debo decir que él no hubiera aceptado un mal modo, ni de ella ni de nadie. 

Al entrar a la clase me encontré a Jeff. Dejé mis cosas donde correspondía y hablé un poco con él. Es gracioso y amable y un poco disperso. Su cuaderno de clase estaba garabateado, con dibujos y diseños. Parece creativo, y también da la impresión de ser de pocos amigos. No porque pudiera llegar a ser pesado, sino porque tal vez no le interesa el mundo que gira a su alrededor. 

Pocos minutos después, entre risas y algunas carcajadas, entraron Paola y Quecha, saludando muy dulcemente. Luego llegó Paty con una enaguita tan pequeña que jaló nuestras miradas a sus piernas, me interesen o no, pero ciertamente se lucían con gracia, y se sentó detrás de Jeff, junto a Carlos. Después entró Humberto, quien mucho menos recatado, casi permite que sus ojos volaran a las piernas de la atrevida de Paty, y seguramente hubiera querido sentarse a su lado, pero no se permite cambiar. 

Entraron los muchachos Carlos y Eduardo. El primero pasó sin pena ni gloria hasta su puesto, pero el otro aprovechó para fisgonear un poco el cuaderno de Jeff, y burlarse de él. No pude evitar poner mi cara de molestia y tratar de frenar un poco esa actitud. Ese fue mi primer error con él. Volvió su cara a la mía, deteniendo la sonrisa, y haciéndome sentir un “te estoy viendo”. Ojalá que me olvide en minutos. 

Siguieron entrando los chicos que faltaban, luego la profesora y finalmente Luis Fernando algunos minutos después, acompañado por otro chico que lo dejó en la puerta. 

Hicimos un repaso de la materia de Estudios Sociales, respondimos algunas preguntas e hicimos juegos académicos que ayudaron a sentirnos bien y entretenernos mientras aprendíamos o refrescábamos nuestra memoria. La profesora venía con otra actitud. Tal vez sus problemas se estaban solucionando, y parecía estar más al control de la clase y de los alumnos. En algún momento le pidió a Quecha que se concentrara en la materia, y pidió a Carlos y a Eduardo que guardaran silencio. Adivinen ¿quién se rió cuando eso sucedió?, sí, yo. Seguramente estaba siendo irresponsable con mi seguridad personal. Por supuesto recibí otra mirada fuerte del tal Eduardo.

La clase estuvo entretenida. La campana sonó para ir al recreo, y todos los chicos salimos normalmente, ninguno estaba ansioso por abandonar la experiencia.

Guardé mis cosas con cuidado. No porque crea que algo me van a robar, pero puede ser. Tampoco porque sea egoísta, sino porque soy territorial, y cuido mis cosas con esmero. Los lapiceros de Nissan son un deleite para los chicos, y no quiero perderlos. 

Pasé junto al escritorio de Jeff, que sin saberlo hasta ese entonces, me estaba esperando. Me peguntó si iría a la soda, y se levantó para caminar conmigo. Espero que sus intenciones sólo sean de amistad y compañía, porque si espera que lo invite a algo, tendrá que saber que mi poderío económico escolar, alcanzará para un paquetito de galletas, y no necesariamente acompañadas de jugo o Coca. Eran pensamientos propios sin ninguna base y no podía estar más equivocado. 

Efectivamente me compré mis galletas, y me tomé un jugo invitado por él. Podré no tener plata y no ser un interesado, pero ciertamente no despreciaría algo que no podía pagar, y que me lo ofrecían por amistad. 

Al salir de la clase Quecha y Paola nos estaban esperando, o más bien a mi. Luego de terminar en la soda, los cuatro fuimos caminando hacia el patio trasero. Nos quedaban minutos de recreo, y ahí era más grande y por lo tanto la gente no estaría tan pegada. 

Nos divertimos mucho los cuatro. Quecha tiene salidas interesantes y a cada rato se enreda en sus comentarios, es divertida. Hemos decidido que esas ocurrencias o errores, las llamaremos “Quechadas”, y a ella no parece importarle.  Paola es tierna, se sonríe mucho y tiene un raro instinto maternal que nos hace sentir bien en su compañía. A ratos tiene alguna pregunta o comentarios, mientras hace contacto visual esperando la respuesta o reacción. Y aunque se la dé, sigue sonriendo con la mirada clavada. Eso me pone incómodo y vuelvo mi cara para otro lado. Jeff, como ya dije, me agrada, y a ellas también. Parece que estamos haciendo un buen equipo. O una “buena yunta”, como diría mamá.

Unos minutos después se nos unió Jonathan. No lo conozco bien, espero conocerlo mejor más adelante. Se ve simpático; parece que estuviera en tercer grado. Podría llegar a ser el quinto en nuestro grupo de -mejores amigos-, pero por ahora seguimos siendo cuatro los inseparables. 
Minutos antes del campanazo llegaron Carlos y Eduardo. El primero de estos dos lo hacía como un perro faldero. No decía mucho y parecía aprobar todo lo que su amigo decía o hacía. Carlos se quedó a poco centímetros del círculo que nosotros teníamos formado. El “jetas” se metió entre Jeff y yo, empujándome muy fuerte, y por supuesto sin recibir resistencia de mi parte, y se burló un poco de Jeff, por lo que recordaba de sus dibujos. Nosotros cinco nos quedamos serios, ninguno sonrió o reaccionó, casi igual que Carlos. 

Tal vez por nuestra apatía decidieron irse. Cuando estaba a unos tres metros de distancia, un niño grande golpeó con su hombro, muy fuerte, el de Eduardo, casi logrando que este se cayera. Eduardo no reaccionó porque este chico, que luego supe que era el que acompañó a Luis Fernando, y que se llama Jorge, es un año mayor.

Nosotros, el grupo de los cuatro o cinco, nos quedamos impávidos. Eso es lo que yo llamaría “Karma instantáneo”. 

Jorge le dijo a Eduardo: “¡Qué feo que lo empujen a uno!”, mientras me veía tratando de hacer contacto visual. 

¿Que está pasando aquí?, esta mañana firmé mi "contrato de muerte" con Eduardo, y sin que acabara el recreo, ya tenía quien me defendiera. Espero que Eduardo haya notado esa mirada, porque eso le haría saber que era mejor no meterse conmigo, aunque la verdad Jorge no va a estar siempre, y esto pudo haber sido un evento aislado. 

El timbre sonó, volvimos a la clase. Pude darme cuenta que Julian y Alejandro se quedaron conversando sin salir a recreo, de Adolfo y Luis Fernando no supe nada, tampoco de Humberto, Francesca y Paty. 
Luego del recreo volvimos para repasar matemáticas, según correspondía. Hicimos otros ejercicios y nos sirvió mucho para refrescar la memoria. 

Carlos y Eduardo estaba molestando mucho, hablaban entre ellos y no nos dejaban concentrarnos. La profesora les advirtió que los iba a separar y enviaría a alguno a la fila de atrás. En ese momento entendí que estaba reservando esos escritorios para castigo, mientras no fuera necesario usarlos. También supe que todavía no estamos todos los que seremos, la semana entrante llegarán nuevos estudiantes que por alguna razón no pudieron empezar todavía.

También, para la otra semana, nos espera la sorpresa de quienes serán nuestros profesores de las materias secundarias. Supongo que muchos de mis compañeros que han estado en esta escuela desde otros años, podrán conocerlos, pero yo no; y tampoco sé quienes empezaron aquí este año, o vienen de años anteriores.

Otro factor que cambiará la otra semana, es nuestro horario. Al empezar con las otras materias saldremos más tarde, y tendré que traer almuerzo. Eso me ilusiona porque ya papá me compró un termo chapaneco (pequeño y ancho), verde con blanco, que me servirá para traer comida. Además tendrán que darme más dinero para el refresco y para el primer recreo. 

Mañana es jueves y el viernes no tenemos clases esta semana, por ser de materias secundarias o especiales. Supongo que por lo tanto mañana nos vamos con Mima para la casa de San Isidro del General, en Perez Zeledón. Siempre es bonito irnos los fines de semana. Allá tenemos amigos y nos divertimos mucho. 

El timbre volvió a sonar, llegó la hora de salir. Recogí mis cosas, me despedí de Quecha, que estaba tratando de hacerme contacto visual. Me despedí de la maestra que estaba sonriente y pendiente de que todos saliéramos, mientras recogía sus cosas. Me parece que el momento amargo que está teniendo ya ha terminado, porque su comportamiento está cambiando. 

Caminé despacio por el pasillo, no al sol por el patio central, y mientras iba hacia Mayela, me preguntaba quién me estaría esperando afuera. Sabía que Mima había mandado el carro al taller, y era poco probable que papá viniera a recogerme. Tal vez sin mucho pensarlo me fijaría en la cara de la conserje, porque hasta ahora había visto que tenía una expresión distinta dependiendo de con quién llegara. Pero estaba ocupada hablando con una señora y no me dio mayor información con su rostro. 

Afuera estaba el Nissan Cedric color azul, de modelo reciente, que es uno de los dos carros de mi papá; el que usa para eventos formales por ser tan señorial. Estaba feliz al saber que había venido en horas de oficina. Corrí para abrir la puerta, pero no era él, sino Juancito, el señor que trabaja en la oficina. 

Don Juan es un señor mayor, vecino de nuestra casa de Rohrmoser, amigo muy cercano de mi papá, de una familia muy cercana a todos nosotros. 

Cuando se pensionó decidió ayudar en la oficina y hace mandados y está pendiente de nosotros, pero empezó a trabajar porque mi papá necesitaba a alguien de confianza que llevara a mis abuelitas a hacer sus mandados, visitas sociales y salidas en general. Juancito era el ideal para eso, porque necesitaba estar ocupado, y mi papá sin ningún reparo le confiaba a sus hijos, madre y suegra. 

Era un hombre verdaderamente encantador, con historias graciosas y entretenidas, dichos y dicharachos; pero tenía el peor de los defectos que puede experimentar un niño de quinto grado. Conduciendo ese Nissan grande, elegante y de gran motor, se desplazaba por las calles como a 20 kilómetros por hora. ¡Era desesperante! No sé si lo hacía por su edad o porque consideraba que la carga que transportaba era valiosa. 

Me parece que Norman hubiera preferido que lo recogieran en otro, tal vez en el Jeep Renegado CJ7, que era el otro carro de papá; pero hoy no fue al kinder porque Mima estaba “a pie”. 

No puedo ni imaginar a mi mamá en la casa sin poder salir, debe estar dando vueltas por todo lado, y pegando contra las paredes. 

Cuando me subí al Cedric vi a Luis Fernando subirse a un hermoso Mercedes Benz conducido por una señora elegante, de anteojos de pasta negra, respingados en los costados; y luego de él subió el chico que me defendió en el recreo, y que tan bien me cayó en aquel momento. Algo en mi se revolvió, me molestó, ¿son amigos?  

De momento ese chico que me defendió dejó de caerme bien, tal vez sentí un poco de celos recordando aquel aroma que había sentido cuando Luis Fernando entró a la clase y con quien todavía no he hablado nada por parecer tan distante. 

Al día siguiente me enteré que son hermanos. Luis Fernando es el menor y Jorge está en sexto. Pero todavía no entendía por qué me había ayudado. Se habrá autoproclamado defensor de las causas perdidas, el héroe de los débiles o el policía anti-bulling. Igual, da lo mismo, lo importante es que hoy me ayudó, y espero que esté cerca en otro momento en que llegue a necesitarlo. 

El carro de ellos estaba parqueado detrás del mío, y por supuesto salieron antes, mientras Juancito pacientemente ponía primera, se fijaba por los espejos, aseguraba cinturón, cerraba puertas, y se tomaba el tiempo. 

Cuando pasaron a mi lado levanté la mano tímidamente para decirles adiós. Primero porque uno de ellos era mi compañero, aunque no hayamos hablado, y el otro fue mi defensor. Luis Fernando me miró sin decir o hacer nada. Jorge me sonrió y luego volvió a ver a su hermano para conocer su expresión, pero se encontró con un rostro que nada decía. 
Me quedan esas dudas con respecto a ellos, pero no me importaba mucho porque ya nosotros íbamos a casi 30 kilómetros por hora, una velocidad riesgosa para Don Juan. Pensé que íbamos a la Datsun, pero seguimos hasta casa, me dejó y volvió al “cuartel del lobo”.
“Lobo” es la forma cómo llaman a mi papá, a sus espaldas, sus empleados y compañeros de oficina, pero esa es otra historia que no quiero contar ahora, tengo hambre. 

Llegué a casa, tiré el bulto, comí algo y me fui a buscar a Vinicillo, mi mejor amigo en esos tiempos, que además de llevar el mismo nombre que yo, nuestras familias eran cercanas y casualmente el era hijo de Juancito, el hombre que recién me había traído a velocidad temeraria. 

A los pocos años Don Juan se retiró por completo, habiendo dejado una necesidad en nuestra casa, y papá contrató a alguien para que hiciera esas tareas, pero nunca fue igual. Don Juan era Don Juan. Y nadie que viniera tendría nuestro cariño. 

En todo caso ya para ese entonces mi abuela paterna no necesitaba quien la llevara a hacer sus vueltas, y de Mami esperanza, de sesenta años, se encargaría Mima al menos otros cuarenta y tres años más. 

Antes de terminar el relato de hoy, quiero contarles que en los juegos de niños que teníamos Vinicillo, Norman y yo, yo gané. Cada uno escogió ser un súper héroe. No recuerdo cuál escogió cada uno de ellos, pero yo siempre elijo ser -El hombre invencible-, que como su nombre lo dice, ninguno de ellos podía ganarme jamás. Esa práctica funcionó por algunos años, hasta que todos crecimos y los juegos eran otros, y no recordé esos episodios de victoria hasta unos treinta años después, cuando Norman me reclamó.

Continuará...


Comentarios

Entradas populares