¿Cómo me siento?
Constantemente
recibo mensajes amorosos, telefónicos y escritos, de personas que quieren saber
cómo me siento, o cómo nos sentimos, luego de lo sucedido con mi hermano
Norman, que fue llamado al cielo.
Familiares,
amigos, conocidos y seguidores quieren estar presentes y apoyarnos de alguna
manera. Por lo tanto quise escribir este reporte para todos o para muchos.
Reporte de Norman.
Recientemente
vivimos uno de los momentos más dolorosos de la vida. Vimos como nuestro amado
Norman se iba apagando poco a poco, pese al esfuerzo de muchos médicos que
estaban muy pendientes, hasta llegar a apagarse por completo; dejando ir la
vida terrenal.
En el proceso
orábamos por un milagro. Muchos amigos enviaban sus oraciones, buena vibra y la
luz que podían; rogando a Dios por un milagro. Como es costumbre en nuestra
familia, sabíamos que al final todo saldría bien, que vendrían mejores tiempos
y que todo era parte de un plan perfecto, y así fue. Esperábamos un milagro, y
así fue. A Norman le fue concedida la vida eterna con tan sólo 49 años de
preparación.
Nuestra fe
inquebrantable estaba puesta en que Dios haría su voluntad, y que estaba al
control de todo, y así fue. Nuestra fe sin reproches se mantuvo fuerte, y eso
nos ha dado la fuerza que necesitamos al verlo irse.
No sé cuántas
personas nos acompañaron en la “fiesta” de despedida en donde celebramos la
vida de Norman; pero fueron tantos que llegó un momento en el que nuestro dolor
de ese día, se fue disipando, y aprovechamos las horas que duró.
Al día
siguiente estábamos ya sin él. No era fácil dejar de preocuparnos por los
chicos, nuestros sobrinos; y por cómo estaría mi mamá; pero verdaderamente su
fe, y la paz que sobrepasa todo entendimiento, nos ha mantenido a flote.
Hemos
aprendido a recordarlo con alegría, a reír cuando viene a nuestra memoria
alguna de sus ocurrencias, a ver sus fotos con ternura y escuchar sus videos
sin colapsar.
Por supuesto
que de vez en cuando se nos vienen unas lágrimas, de esas incontrolables; pero
todo sobre una plataforma de felicidad.
Hubiéramos
querido haber podido disfrutarlo por más tiempo, y aunque todavía no entendemos
los motivos celestiales, sabemos que vendrán mejores momentos, y que todo tiene
una razón.
Mi mamá, sin
una sola pastilla, se mantiene firme. Aunque a ratos le duelen algunos
recuerdos, está feliz porque sentimos que Dios nos carga en sus manos. Luis Fer
y yo lo extrañamos mucho porque era nuestra más fuerte red de apoyo. Y no por
lo que hacía por nosotros, sino porque era nuestro consentido.
Vil y Roger
caminan firmes, igual que todos. También, como el resto, lo recuerdan día a
día. No procuran olvidarlo, y no se lastiman a sí mismos, sufriendo más de lo
necesario.
Los chicos han
tenido una gran lección de vida, de fe y de amor. Estoy seguro que esto los
hará crecer aún más.
Estamos bien.
Nuestra vida de felicidad, que es el pilar principal sobre el que nos aferramos
siempre y en todo momento, sigue inquebrantable. El dolor no es sinónimo de
falta de felicidad. Hemos aprendido a extrañarlo y a sentirlo, sin perder la
felicidad.
Estamos
agradecidos por la forma en cómo se dio el proceso. Pensamos que ojalá todos
tuviéramos la oportunidad de trascender de esa manera. Con el tiempo suficiente
para compartir, para demostrar y recibir amor, para prepararse y para saber que
Dios ha prometido algo mejor.
Todos
quisiéramos, que el día que seamos llamados, poder hacerlo en la paz que lo
hizo Norman, como premio a su vida.
No puedo negar
que constantemente me duele. Cuando me voy a tomar un café, y su jarra verde
está junto a mi jarra roja, o al revés, ya no recuerdo cuál es de cuál. Cuando
veo sus matas, sus tortugas, su cuarto, sus obras de arte inconclusas, sus
herramientas para pasta australiana, sus moldes de pastelería, su teléfono, su
carro, sus fotos, y todo lo que alguna vez fue de él. Pero como dije antes, lo
hago sobre una plataforma de felicidad.
Abrazo su
recuerdo cuando estoy feliz, y cuando lagrimeo. Lo abrazo siempre. Incluso,
tengo que confesar, he entrado algunas noches a besar su almohada antes de irme
a dormir, y apago la luz con una sonrisa; agradezco a Dios por tenerlo donde lo
tiene, cierro la puerta, me voy a mi cuarto, y duermo profundamente. Lo hago
satisfecho por la vida que le di, y por ayudarlo tanto en el proceso que recién
terminó.
Norman es, o
fue, mi otra mitad. Le contaba todo. En algunos casos me aconsejaba, y en la
mayoría me contradecía; pero finalmente así era la relación de Pinky y Cerebro,
¡¿qué se le va a hacer?!
Desde mis
cuatro años, toda mi historia ha estado muy ligada a la suya. Casi no tengo “páginas
escritas” en las que su presencia no aparezca siendo importante; y ahora me
toca escribir lo que venga, sin él; pero lo haré por él, pensando en cómo lo
haría, y tratando de no hacer las cosas por las que podría haberme regañado,
partiendo de su intención de ser siempre un hombre mejor.
En resumen. Lo
extrañamos, nos duele, a ratos lo lloramos; pero estamos bien, y estaremos
bien.
Muchas gracias.
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