Dolor humano


Hola querido Diario.

Jueves 6 de setiembre de 2018. Quiero contar un poco lo que hoy pasó, porque tuve un contacto, tal vez un poco rápido, con la realidad. Esa realidad a la que casi no estoy expuesto, y que si me pongo a pensarlo con cuidado, me doy cuenta que muchas personas en una posición menos privilegiada que la mía, puede ser que la sufran casi en el diario vivir, sin poder hacer mucho, porque no son escuchados o porque ellos mismos se sienten ciudadanos de segunda.

Yo no me sentí ciudadano de segunda, pero pude experimentar lo que es estar frente a alguien que sí se cree ciudadano superior, que no toma en cuenta el dolor humano o las situaciones de vulnerabilidad, y juega con los sentimientos de las personas.

No sé para que lo escribo, porque no les daré muchos detalles. Creo que lo hago para recordarme a mí mismo que siempre tengo que tratar de no ser como esta persona, y lo pondré en Facebook, para que cada año me lo recuerde en esta fecha.

Mi muy saludable hermano amado, fue trasladado en ambulancia, hace un par de días. Por supuesto nuestro mundo se puso “patas arriba”, creando un caos familiar, causándonos serias complicaciones anímicas a Mima, Luis Fer y a mí; pero que de alguna forma vamos superando poco a poco.

Esta tarde me llamaron de urgencia del hospital, porque hubo una situación delicada, por supuesto llegué muy rápidamente. Los guardas se portaron como siempre, muy amables, igual que el personal en general. De hecho hace unos días un oficial de seguridad me dijo que todos los que llegan ahí vienen con una emergencia médica, algunos la manejan bien, otros se muestran molestos o insolentes, pero que él tiene que tratarlos bien, marcar la diferencia, y entender el dolor humano.

Un guarda, que tal vez estudió poco en su vida, pero que no necesitaba libros, roce o títulos para saber lo que es la compasión y el amor. Para saber que el buen trato, aunque no sea para abrir puertas, puede no causarle más dolor a alguien que ya lo tiene, compórtese como se comporte.

Una persona que la tienen en un puesto de freno, para que no entre cualquiera, y que fue contratado “para caer mal”, aunque intenta hacer lo que le corresponde hacer, de la mejor manera, y así tocar un poquito el alma de los que llegan, aunque no siempre lo logra, pero que siempre sigue intentándolo.

Los doctores en general y los enfermeros, han sido seres humanos que prueban que están en el lugar en donde quieren estar. Personas que han escogido la profesión por amor o convicción. Algunos ya con experiencia y otros estudiantes o doctorcitos recién graduados, dispuestos a dar una sonrisa, y que pude observar dando un buen trato a muchas personas, aunque algunas de ellas pudieran no verse limpias o “ciudadanos de primera”, entrecomillado por supuesto.

Hoy me llamaron, una situación delicada se presentó con mi hermano. Cuando llegué tuve entrada libre por los guardas y los asistentes, hasta que me encontré con Pablo.

Un doctor arrogante que prueba que aunque el mundo siga siendo un lugar hermoso para vivir, no es perfecto, y siempre tendrá momentos desagradables o personas así.

En ningún momento quiso ayudarme, al contrario, fue arrogante y grosero. Podría pensar que tal vez estaba pasando un mal día, tal vez tenía un problema financiero, o tal vez un uñero lo estaba “matando”, no lo sé; pero ciertamente no está en un puesto en el que su estado de ánimo, por una uña encarnada, le permita jugar con el dolor ajeno.

No es posible que no entienda que quienes estamos ahí tenemos el alma “en la mano”, y las lágrimas a flor de piel, esperando el mejor momento para perder las fuerzas que nos ayudaban a contenerlas, como efectivamente sucedió.

Mi contacto con la realidad y la impotencia que sentía, no por ser menos, sino porque ver a quien se sentía superior a mí, y ciertamente al resto, tratarme como quisiera. No pude más, en el parqueo de ambulancias lloré.

No lloré sólo por el dolor que sentía, por la impotencia o por tener a mi hermano internado, lo hacía además porque alguien había agarrado mi corazoncito con su mano, y lo había apretado sin saber cuánto eso podía dolerme.

Por supuesto que no me dejé “majar”, en dos oportunidades, primero a solas con él, y luego junto a otro representante del hospital, le dije que “bajara dos rayitas al tono con el que me estaba hablando”, le hice ver que su posición ahí adentro no le daba derecho a tratarme así. Cuando me insistió que saliera del salón, sin dejarme explicar mi dolor o sin dejarme hacerle las preguntas que me acongojaban, le dije que me parecía que él tenía un problema con la autoridad, y que debería verlo.

Siento que lo hice pasar un mal rato, ¡pobrecito! Lamento que además del “uñero” mi presencia lo incomodara. Pero más siento que yo estuviera bajo su autoridad en un momento en que me urgía una respuesta, y lo menos que necesitaba era a alguien, mucho más grueso que yo, y mucho más alto, tratarme como ciudadano de segunda.

Cuando estaba afuera, intentando recuperarme de ese mal momento e procurando contener mis lagrimas, pude ver a muchas personas que probablemente tenían problemas mucho más grandes que el mío, o situaciones mucho más duras que la mía, y que probablemente estaban a punto de entrar a las fauces de un doctor despreciable y sin miedo a “comérselos vivos”.

Seamos sinceros y dejemos la modestia de lado un momento, yo no paso inadvertido con facilidad, y tengo la personalidad suficiente como para pedir un buen servicio, y exigirlo si es necesario. Ahora bien, no podía imaginar cómo le iría a la señora gorda de camisa de tirantes, con una carterita muy pequeña y sandalias, cuando tuviera que verse frente a frente con Pablo, o bien cuando tuviera que ver a Pablo al pecho, mientras este vería por encima de ella.

Como se sentirá ese señor de bigote despeinado, de camisa barata y jeans sucios, cuando se encuentre con Pablo allá adentro. Y que tal esa chica embarazada, que a pesar de tener unos ocho meses de gestación, no ha dejado de parecer una mujer sensual o pícara, si se me permite el juicio, probablemente injusto.

La verdad es que aunque las ropas de muchos de ellos, o sus caras, o su comportamiento sean muy distintos al mío, ni ellos ni yo estábamos en capacidad de pagar el Cima por una semana, aquí todos éramos iguales, todos somos iguales, y adentro, está Pablo esperando por nosotros, o desesperando por nosotros.

Ahí lloré. Pablo me había mostrado la realidad que casi nunca he vivido, o que no recuerdo haber experimentado antes. Pablo me mostraba lo que muchas de estas personas sufren día a día, en situaciones de dolor. En momento en que este doctor tiene la oportunidad de parecer superior, insensible o con poder ilimitado.

Me sentía solo. Norman estaba adentro con un problema serio. Entre él y yo estaba Pablo atacándome a mí, y probablemente no cuidando a mi hermano. Mi mirada perdida se acaba en el Paseo Colón que recién recibía la noche, bajo una suave lluvia. Todo confabulaba para que me sintiera miserable.

Recordé el actuar de mi papá. En una situación de estas hubiera dicho: “no importa, que hoy haga lo que quiera, mañana cuando yo llegue a mi escritorio, será mi momento de que las cosas cambien”.

No sé a qué se refería, pero si sé que en este momento, ya en mi escritorio de madera, el mismo que papá usó por décadas, las cosas se ven distintas. Aquí, resguardado bajo algunas lámparas de luz suave, con una copa de vino, frente al monitor y usando el teclado, las cosas cambian.

Ya sé quién es Pablo, donde vive, cuál es su Facebook, sus viajes, sus amigos, y un poco de su vida. Ya tengo sus fotos y pronto su historia irá a mi muro, y luego a mi libro, y de ahí a Amazon, aunque de momento sin apellidos, por lo menos mientras Norman sale de este trago amargo.

No intento tener venganza, sólo quiero tenerlo presente para estar seguro qué tipo de persona no quiero ser nunca en mi vida, y entender el porqué muchas personas que conozco, dicen que fueron mal tratadas, y es porque tal vez se encontraron con alguien como Pablo, “bordado a mano”, según él.

Mañana volveré al hospital, y probablemente me vuelta a encontrar a este doctor, y tal vez se muestre serio o arrogante, como hoy, pero yo iré distinto, iré como soy, iré como yo, porque sé que mi espíritu no se logra en un día, y que alguien como él no podrá quebrantarlo. Y sé que si me tocara ser Pablo por un día, lo sentiría como un castigo.

¡Pobre Pablo!, que desgracia ser él. Tan joven y tan “echado a perder”, qué vida te esperará.

Vinicio Jarquin .com

Comentarios

Entradas populares