MCMXV


Vinicio Jarquin .com
10 de diciembre de 2018
MMXVIII


Cartago, Costa Rica.
Provincia localizada en el Valle del Guarco. Fue fundada en 1563 por el conquistador español Juan Vázquez de Coronado, y según él mismo, en un comunicado a S.M. el Rey Felipe II, se decía que: “Tracé una ciudad en aquel valle, en un asiento junto a dos ríos. Tiene el valle tres lenguas y media de largo y media de ancho; tiene muchas tierras para trigo y maíz; tiene el temple de Valladolid, buen suelo y cielo”.
Sin imaginar Juan Vázquez, que en 1915, nacería una niña con un temple como el que alguna vez describió en su carta al rey, y que 103 años después volaría al cielo con honor, en busca de la gloria.
En aquella gran otrora capital costarricense, una pareja de locales de la zona, se disponían a dar a luz otro de sus hijos, en el primer semestre de ese año. Fue una niña rubia de ojos claros, que años después pintaría sus cabellos de blanco puro y absoluto. Fue hija de Alejandro Gómez y Adelaida Arias. Llegó a vivir 103 años, y cuyos padres más tarde serían llamados Papa Alejandro y Mamalala, por sus descendientes.
Se casó con Alvaro Cedeño, tuvieron cinco hijos, quince nietos, bisnietos y tataranietos. Muchos de los cuales estuvimos con ella el día de su partida de este mundo. Fue una tarde hermosa, fresca y soleada, en el cementerio de Cartago, donde desde hacía década y media, más o menos, la esperaba su esposo, mi abuelito.
Aparte de su compañero de vida, solo un nieto y bisnieto se le adelantaron en este viaje al cielo.
Fue llamada Mami por sus hijos y algunos nietos; Mami Esperanza por otros, así como Doña Espe o Peran por algunos más.
Mami, mi abuelita. Fue una niña dulce y una adolescente vivaz, y luego se convirtió en una mujer divertida y recatada; de principios intachables y de reglas estrictas en su vida, en lo que a vivirla se refiere. Se afamó en las redes sociales por las fotos que nosotros hemos publicado, en los últimos años de avances tecnológicos, y su imagen pública era la de una abuelita de cuentos, con cabellos blancos platinados, una hermosa sonrisa, una dulce caricia al verla; y siempre peinada, vestida, perfumada y enjoyada, como quien va a una fiesta. Nunca anduvo como para estar en la casa, siempre caminó como si la vida tuviera que celebrarse ya.
También fue famosa por aquel delicioso pan dulce y las maravillosas chorreadas que cada vez que hacía, era por mí. Su receta de cajeta de coco era muy conocida, y la cajeta de zanahoria viajó por países, deleitando a muchos. Y muchas otras recetas suyas fueron sobresalientes. Como los macarrones en salsa blanca, el fresco de cas, la sopa de bacalao y la sopa de albóndigas; el ponche navideño, el pastel de atún y el pastel de carne con plátanos;  los maduros, las ensaladas, el merengue de mango verde, las frutas picadas en almíbar, los duraznos, los mangos picados en lonjas en una fuente al centro de la mesa; y por supuesto la famosísima Banana Split que sus nietos esperábamos con ilusión el día que le rezábamos al portal, aunque algunos de nosotros ya éramos mayorcitos. También recuerdo verla cuando tomaba café con ella, quitar las puntas de los baguette, que era lo que más le gustaba el pan.
Extrañaré ver su portal cada navidad, lleno de animalitos de todas las épocas de su vida, aunque alguno podría estar, incluso, sin una pata o una oreja. Extrañaré recorrer su casa, sentarme en sus sillones, acostarme en la alfombra y leer lo que de jóvenes escribíamos con lápiz bajo el sobre de la mesa de centro.
Fue la suegra de mi papá, fue como su madre. La relación entre ellos era más que maravillosa. Él la cuidó y estuvo pendiente de sus necesidades, cuando fuera y lo que fuera. Eso, indudablemente, hizo que nosotros tuviéramos una estrechísima relación con ella, porque era como si fuera abuelita por ambos lados. Viajábamos y paseábamos juntos, y nos hicimos cómplices y compinches en muchas actividades de la vida.
Muchas veces tuve miedo del día que ya no estuviera, del día que tuviera que irse a su encuentro con el Dios en el que he puesto mi fe, y con la Santísima Trinidad a la que ella veneraba. Pero el tiempo pasó y pasó. Pasaron los años y las décadas, y mami seguía con nosotros viendo nacer nuevas generaciones.
En los últimos años, ya pasados los cien, o pronto a cumplirlos, empezó a declinar poco a poco, se fue apagando como una palomita; y aunque seguía llena de vida y sin enfermedades, empezó lo que me atrevo a llamar la comunión con Dios, preparándose para la transición, suavemente.
Al ser el día 10 del último mes de este año, dio un último respiro, cerró sus ojos por un segundo, y los abrió ante el rostro del creador.
Son tantos los recuerdos que vienen a mi mente. Cada vez que sentado en una cobija me jalaba por su casa, cuando me dejaba bajar a jugar a la despensa, los regalos de Navidad y los regalos que me traía de sus viajes. Las comidas, las caricias, el tono como me llamaba Vini, su aceptación absoluta y declarada por la vida que me ha tocado vivir, su paciencia, su amor, su sabiduría, su compañía, y su todo.
Ojalá pudiera hacer un recuento, pero estoy seguro que durante el tiempo que me queda por caminar en estas tierras, de vez en cuando recordaré alguna cosa, y sonreiré por su vida y su amor.
Vivió una vida saludable, y no fue ninguna enfermedad la que decidió su tiempo de volar, fue un suave llamado del cielo.
Se fue tres semanas exactas después de que mi hermano tomara el mismo camino. Hoy pensé que tal vez el universo organizó mi vida y la de Norman, como si hubiera dicho que yo me encargaba de mi mamá en la tierra, y que él se encargaría de mi abuelita en el cielo.
Ambos tuvieron una hermosa transición de lo terrenal a lo celestial. Luego de estar presente en ambas situaciones, siendo testigo de la manera cómo sucedieron, puedo atreverme a decir que a ellos la muerte no los sorprendió, y que desde días antes de su despegue, ya estaban en comunión con el creador. Tal vez ya lo habían sentido en sus cuerpos, y quién sabe si también lo habrían visto.
Como lo he dicho antes, Mami no tuvo negocios con la muerte. La muerte no tiene nada que ver con ella. La misma vida que la trajo a principios del siglo pasado, es la que ahora viene a buscarla. Mami se va en Vida, se va con la Vida, se va a la Vida.
Como es obvio, pero vale la pena anotar; ninguno de nuestra familia ha pasado un solo día sin ella. Esto nos deja un vacío que se llena con la satisfacción de haberle dado una hermosa vida, consentida y amada. Hoy empezamos a escribir en hojas blancas de la historia; y sólo nos queda recodarla con cariño, y sonreír cuando venga a nuestros recuerdos.
Uno de cada una de cuatro generaciones de nuestra familia, la han antecedido en este caminar. Mi abuelo, mi papá, mi sobrino y mi hermano. Y ahora ella cumple también su misión, y descansa en la paz eterna.
¡Machita!, feliz viaje. Te amaremos por siempre, y tu recuerdo vivirá en medio de nosotros.

Vinicio Jarquin .com











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