Todo está bien


Recientemente empezamos como familia y con amigos, a vivir un episodio de salud con mi hermano, que ha causado un gran dolor; pero que quienes me han seguido han entendido que tengo autoridad moral y espiritual para decir, que aunque aprieta el corazón, ha sido hermoso.
Por supuesto que podría pensarse que ya todo terminó, pero no es así. Las cosas siguen pasando y constantemente tenemos nuevas vivencias, pensamientos, sentimientos y circunstancias, para las que ciertamente no estábamos preparados, y que tenemos que lidiar con cada una a la vez, ojalá de la mejor manera.
Cuando Norman estaba enfermo, y en medio de aquello que yo sentía, que la verdad ni ahora puedo saber qué nombre ponerle, pensaba que la lección de la vida era muy costosa, y llegué a la conclusión de que no quería salir de todo esto sin reconocer mi aprendizaje, que me llevara a ser una mejor persona, y a tener las herramientas para vivir la vida con una caja de recursos que pudieran ayudarme. En resumen, no quería dejar de usar todo esto para aprender, crecer y avanzar.
Gracias a Dios así lo pensé, porque finalmente todo se ha convertido en otro de mis viajes. Y aunque no es alrededor del mundo, o viendo nuevos continentes, sí ha sido a mi interior. Por lo tanto…

Diario de viaje: en el interior de Vinicio Jarquín.

No compramos tiquetes, no hicimos reservaciones y no planeamos tours en otras ciudades; pero ciertamente sí estamos Luis Fer y yo en medio de este viaje, o frente a este viaje que nos llevará al interior de cada uno; aunque hoy voy a escribir por mí mismo.
No tuvimos que gastar dinero ni esfuerzo para reservar nuestro espacio en Primera Clase, Norman sí lo hizo, y así fue como voló, en un avión que se elevó al cielo, se perdió entre las nubes al mejor estilo de los viajes de Franklin Chang, y nunca más regresó. Aterrizó en los parajes del gran Señor del universo.
Sin embargo eso tampoco importa en este escrito, porque ahora no hablaré de Luis Fer, de Norman, de mi mamá, de mis hermanos, de mis amigos o familiares, o de tantas personas que han estado tan presentes en esta aventura de la vida, hablaré de mi. Este es mi viaje al interior de mi yo interior, de mi mismo.
Tengo que tener mucho cuidado, porque son muchas las sensaciones, para las que tampoco tengo un nombre qué ponerles, y lamentablemente me cuesta escribirlas o describirlas. Por lo tanto, como muchas otras veces, haré un canal de flujo de comunicación, entre mi inconsciente y el teclado, dejaré que las palabras salgan y se estampen en una hoja de papel en blanco, y luego las leeré, como lo hacen ustedes. Y esto será tan nuevo para mí, como lo será para ustedes.
La enfermedad de Norman apareció de pronto. No dio señales de que vendría, no dio advertencias y no nos preparó de ninguna manera para lo que llegaríamos a vivir. Fue un –algo- que se instaló en su cuerpo y que poco a poco fue restándole capacidad a sus órganos. Poco a poco fue apagando sus sistemas, incluyendo el cognitivo, y se lo fue llevando constante y despacito.
Estábamos frente al –bicho- que podríamos haber odiado desde el inicio, renegado o peleado; y aunque se hizo lo posible, siempre lo vimos como el vehículo de transporte que se lo iba a llevar a nuevos mundos, al mejor mundo en el que alguien podría estar cuando se cree en la vida eterna. Y desde el principio aprendimos, o aprendí, a no odiar la situación, sino a reconocer que todo era parte de un plan perfecto, y que el Dios al que le había creído, tenía el control de todo.
Sabía, creía y reconocía, que no sólo creía en Dios, sino que Dios creía en mí. Él confiaba en que yo confiaría. Tenía fe en que mi fe sería inquebrantable, al menos en esta situación. Dios y yo estábamos juntos; y aunque él era quien manejaba las cuerdas como quien controla un títere, en el buen sentido del término, y yo no sabía qué vendría, nunca olvidé en quién puse mi confianza.
Claro que no puedo considerarme como esos santos de la historia, que en situaciones como esta, o mucho peores nunca desfallecieron, pero esta vez lo logré.
Como lo dije antes, yo no quería salir de este episodio o situación, sin haber aprendido algo, y/o sin ser una mejor persona. Crecer, no sólo por mí, sino para honrar a Norman, que es lo que hubiera querido que yo hiciera. Como quien dice: “crecé… crecé”.
En el proceso de la enfermedad recordé que Dios tiene el control de todo, como cristiano que vive sostenido bajo estos principios; logré que mi condición de felicidad no se viera afectada, y sin mucho esfuerzo pude vivir todo esto sobre esa plataforma de felicidad que muchas veces he predicado, y aunque no sé si es eterna y/o permanente, porque vivo al día a día, por ahora sigue estando.
En todo esto experimentado, aprendí a vivir en esa neutralidad de la que muchas veces he escrito. En algún momento estaba tan convencido de que todo estaría bien, y sería tan perfecto, que no importaba si se iba o se quedaba, que todo estaría bien.
Hoy creo que no solo todo estará bien, sino que ya todo está bien, y que siempre lo estuvo.
Como cuando ando de viaje, estoy tomando fotos. Hago impresiones de cada sensación o emoción que llega. Estoy creando mi propio álbum imaginario de impresiones, para nunca olvidar este momento.
Estoy viviendo esto tan hermosamente, que hasta cuando estoy triste o lloro, me siento feliz y me siento bien.
El interior de Vinicio Jarquín, al menos para mí, es un lugar maravilloso en el que me encuentro con lo mejor de mí mismo, y barro lo que aparezca ensuciando un poco. Me siento feliz conmigo, me abrazo y me disfruto. Me he dado cuenta que la felicidad que siento al vivir afuera, viene desde muy adentro.
Yo no quería que esto terminara, si es que algún día terminará, sin haber aprendido, y desde hace algunos días supe que la misión fue cumplida; no porque terminó, sino porque día a día aprendo un poco, con cada foto que tomo a lo que llega. Y hoy me di cuenta de algo glorioso que va mucho más allá de mis capacidades.
Algunas personas me han escrito, luego de leerme, para pedirme sesiones de Coaching, porque creen que yo puedo ayudarles en algún aspecto de su vida. Esto no me alimenta el ego, me hace sentir bien por tener oportunidades para ayudar.
También, algunas personas me han escrito para confesarme que se han sentido inspirados, o en bienestar, luego de leer algunas cosas que escribí en estos días. Otra vez, el ego se mantiene intacto, casi intacto debo confesar. Y me hace reconocer que todo este proceso no sólo me hizo crecer a mí, sino que he sido usado o me he convertido en instrumento, de alguna manera, para tocar a otras personas; para que otros reconozcan lo que hay dentro; algo de dónde agarrarse en momentos difíciles, o bien para que alguno sienta la necesidad, o la motivación, para hacer un viaje similar a su interior, y encontrar las posibles bellezas que dentro tienen.
En este proceso, por lo tanto, no sólo crecí, aprendí y avancé, sino que fui usado. No sólo he sido apapachado por la vida, sino que algunos se han auto-apapachado a sí mismos. Y esto me encanta.
Me encanta porque aunque estoy tratando de dejar el ego de lado, y enterrar la falta de modestia, sigue siendo difícil de lograrlo. ¡Chitos!, diay, sigo siendo humano, y eso también me encanta, porque de alguna manera es un agridulce, en el buen sentido, que le da sabor a la receta que soy, estoy siendo, o llegaré a ser.
Es feo decirlo, pero lo diré. La situación de Norman, su enfermedad y su partida, ha sido triste y dolorosa; pero hermosa y de crecimiento. El no sufrió dolores o incomodidades, y eso es reconfortante; y por el resto, fue un viaje maravilloso; una partida con honor hacia la gloria.
Por supuesto que lo extraño, mucho más de lo que muchos de ustedes podrían imaginarlo. Lo extraño cuando voy a tomarme un café y su jarra está junto a la mía; cuando paso frente a su cuarto caminando hacia el mío; cuando estoy en el baño que compartíamos; cuando estoy en su taller de postres, en su taller de artes, o en su oficina. La verdad es que el mae tenía tomada la casa, sin contar el patio o las cuatro cocheras que había hecho suyas. ¡Qué cabrón!, y que ahora son mías y no sé qué hacer con tanto espacio y con tanto chunche.
Lo extrañé cuando llevé a lavar su carro, y cuando vino el chofer de la empresa para llevárselo. Cuando he llamado a sus bancos, al ICE, a la CCSS y a la abogada para ordenar las cosas legales.
Lo extraño durante el día, cuando lo pienso, cuando me voy a dormir, cuando estoy orando, cuando recién me despierto por las mañanas, y cuando estoy a la mesa solo con mi mamá, pensando en lo que fue su vida, y en lo que es la nuestra sin él.
Lo extraño cuando reviso su Facebook, cuando cierro sus aplicaciones del iPhone, cuando alguien me pregunta, y por supuesto cuando me veo a mi mismo, en el resto de la vida, sin él.
Sí, lo extraño mucho, y lo lloro muy a menudo porque en toda mi vida sólo pasé mis primeros cuatro años sin él. Porque nuestra historia ha estado muy ligada desde siempre, tanto que Luis Fer aprendió a amarlo y también era su hermanito. Lo extraño porque nuestras páginas escritas estaban muy en sintonía, y hoy escribo solo, sin él.
Sí, lo extraño mucho, lo lloro mucho, pero siempre lo hago en felicidad, porque sé dónde está, y porque me siento satisfecho.
Lo extraño. Lo extraño cuando entro a su cuarto y veo, sobre su cama, todavía sin desempacar, todos los regalos que le traje en el último viaje, y cuando veo todos los recuerdos que le he comprado alrededor del mundo.
Lo extraño, sí, y mucho. Norman fue mi otra mitad. Me arrancaron la otra parte con la que siempre viví durante 49 años, y ahora estoy, como quien aprende a caminar, aprendiendo a vivir sin él.
Sí, lo extraño, sobre una plataforma de felicidad. Lloro y río; sufro y sonrío; porque esa es la diferencia entre estar amargado, y llorar por amor.
Norman fue nuestro proyecto durante mucho tiempo. Alguien de quien siempre estuvimos pendientes. Pero también fue nuestra formidable red de apoyo en todo. Estaba pendiente de nosotros, de nuestras necesidades y nuestros gustos. Vivía pendiente de ayudarnos y de darnos comodidades y una mejor vida; y ya no está.
En estos días nos hemos encontrado con situaciones muy difíciles en las que Norman nos ayudaba, y no sólo eso, sino en circunstancias o frente a tareas de las que él se encargaba siempre.
He aprendido a cuidar el patio, aunque todavía no me he metido con las más de 14 tortugas. Aprendí de mecánica, a reparar los portones, la alarma y la central telefónica; y por supuesto la agenda compartida que teníamos para acompañar a mi mamá, la asumí por completo y con amor.
Sin embargo, aunque tenemos esos huecos en la red de apoyo, poco a poco los hemos ido solucionando, y nuestra vida está logrando alcanzar el nivel que esperábamos, dentro de una nueva normalidad, hasta que estemos listos para los cambios extremos, que tímidamente se asoman en el horizonte.
En resumen, lo extraño como nunca imaginé que sería, y aunque es difícil imaginar lo que llegará a ser mi vida sin él, disfruto la satisfacción que me deja. Disfruto cuando pienso, gracias a mi fe en la vida eterna, en dónde estará en este momento y qué estará viviendo.
Disfruto, en medio de este gran dolor, hacer ese viaje al interior de Vinicio Jarquín, que ha sido una de las más grandes y mejores experiencias de este proceso.
No puedo hablar con claridad de lo que siento o espero, pero el viaje sigue, y volveré a aparecer por aquí, cuando quiera decirles como me siento.
Soy Vinicio Jarquín, en el viaje interno más fuerte de mi vida. Un viaje inconcluso, que disfruto constantemente y a cada instante.

…continuará…











Comentarios

Entradas populares