Tributo a Norman


Soy Vinicio Jarquín entregando al cielo a quien me ha acompañado casi toda mi vida.

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Un amigo me dijo que la siguiente vez que viera a Norman le preguntara cuál ha sido su momento más feliz en la vida, y que hiciera lo posible para que recordara detalles. Sin embargo no hubo tiempo, ya él estaba apagando su cuerpo poquito a poco. No estaba muy consciente, y luego de eso lo mantuvieron sedado por algunos días.
Entonces hice mío el ejercicio. Traté de recordar cuál es el momento más feliz o hermoso que tengo con Norman; y a pesar de haber vivido 49 años juntos, y tener miles de historias, una sola es la que repetidamente viene a mi cabeza.
Tuvimos muchos amigos en común, muchas fiestas, el recorrido dentro de los Seminarios Insight y por supuesto miles y miles de minutos verdaderamente recordables; pero siempre viene a mi mente el mismo instante.
Fue un jueves, en los primeros días del mes de enero de 1969. Yo ya había cumplido 4 años de edad, y lamentablemente muy poco recuerdo de aquellos tiempos. Lo que sí tengo muy presente es la mañana que fuimos al Hospital Calderón Guardia, para recoger a mi mamá y al chiquito, aunque tal vez ya para entonces era viernes.
Yo soy el tercero de cinco hijos, Norman el cuarto y Vilma la última. Entonces yo había vivido 4 largos años con dos hermanos mayores. Uno ya tenía siete y el otro casi nueve, ¡Eran unos rocos!
Esa fue la primera vez que yo tenía un hermanito, nunca antes alguien menor que yo había vivido en casa.
En aquellos días mi papá escuchaba, en su grabadora de cintas, la canción “Moliendo Café”. Una melodía que luego se convirtió en el ancla que me hace recordar el milagro de vida de Norman, y que siempre me ha hecho lagrimear, tal vez de emoción; y el siempre lo supo. De hecho siempre olvido el nombre, y tengo que preguntárselo.
Una tarde de estas, estando en el hospital, volví a  hacerle la misma pregunta que le he hecho cientos de veces. “Norman, ¿cómo se llama aquella canción que me transporta al tiempo en que naciste?”
Lamentablemente estaba muy cansado y muy débil, y era un día de esos en los que no quería hablar mucho, y tal vez sus pensamientos andaban divagando por ahí. Rápidamente hizo un gesto arrugando la boca, queriendo darme a entender que no recordaba.
Luis Fer sí quiso decirme el nombre, pero le hice un gesto para que no dijera, porque quería escucharlo de Norman una vez más.
Le insistí para que hiciera memoria. Tal vez era para que ejercitara su memoria, o tal vez porque quería escucharlo de su boca; pero el nombre de la canción nunca llegó a pronunciarlo.
Sin embargo, me vio y desvió la mirada hacia su izquierda, un tanto perdida y sonrío tímidamente. Aunque no pudo decirlo, y a pesar del respirador que le ayudaba a vivir, tarareó suavemente, despacito y a bajo volumen, la canción “Moliendo Café”. Mientras tanto, Luis Fer empezó a cantarla al ritmo que Norman llevaba. ¡Fue un hermoso entre los tres!

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Hace 49 años y algunos meses, fui a recoger a mi mamá y a mi hermanito. Lo protegí, y lo amé. Y en estos últimos meses lo he cuidado con esmero y cariño. He intentado darle momentos de paz y tranquilidad. Estuve firme a su lado en los momentos difíciles en los que me necesitaba; y lo he amado tanto que desde hace muchos años se convirtió en el hermanito menor de Luis Fer. Juntos nos hemos encargado de muchas de sus necesidades y gustos.
Hace 49 años me lo trajo la vida, y ahora se lo entrego a la misma vida, para que se lo lleve a su cita con el Padre Celestial.
Norman no está aquí, está en el cielo. Él no ha muerto, nunca lo hará. Un día fue creado por Dios, y desde ese instante está en la Vida Eterna. Norman no ha muerto, nunca lo hará.

Un día de enero del 69 la vida lo trajo y aquí lo dejó, con una misión especial, para tocar los corazones de muchos, ser un hermano con el que siempre pudimos contar, y un hijo entregado al máximo. Hoy la vida viene por él.

En su paso por la tierra nunca tuvo nada que ver con la oscuridad, y nunca tuvo negocios con la muerte. La muerte no tiene nada que ver con él, se va en vida, se va con la Vida, se va a la Vida.
Aunque usó sus 49 años cuidando el espíritu que se llevará, recientemente le ha tomado seis meses preparar el cuerpo que dejó. Preparándose muy despacito para una transición de amor y paz. Preparándonos a nosotros para dejarnos unidos en fe y tranquilidad.
Usó estos meses para que todos nos fuéramos acostumbrando; para que sus amigos volcaran su amor y apoyo en nuestra familia; y para que algunas personas se acercaran a sus núcleos familiares.
Fue un proceso largo, o tal vez corto; en el que suavemente se ha ido apagando, en paz y sin dolor; sólo esperando que el Señor le diga: “Normitan, este es tu momento, podés subir a la vida eterna. Levantate y volá”.

Uno de estos días me dijo que ya sabía que haría en los días venideros. Pensé que se refería a uno de los negocios que teníamos planeado; pero no. Me dijo que se dedicaría a ayudar gente desde el cielo.

Por eso, hoy celebramos la vida, celebramos su vida. Y lo hacemos en felicidad. Porque aunque hoy lo lloramos y extrañamos, lo hacemos en una base de gratitud. Esto no es un sinsabor, no es miseria ni tragedia, no es lamentación, desgracia o angustia. Lloramos porque lo extrañamos y porque nuestros corazoncitos se sienten solos; pero lo hacemos con la paz del Señor, que verdaderamente sobre pasa todo entendimiento. Lo hacemos sobre una plataforma de felicidad, que procuraremos no perder jamás, como parte de la promesa que Dios nos hace.

Uno de estos días, junto a la cama del hospital, metí mi cara entre la suya y la almohada, y el recostó su rostro al mío. Luego le di un beso y durante muchos segundos nos vimos directo a los ojos. Todo está bien, nos dijimos. Sin decirnos palabra alguna le hice sentir que iría a un mejor lugar. Sin decirnos palabra alguna me hizo sentir que se iría tranquilo porque yo estaba a cargo.
En un momento de lucidez recordamos aquellos años en los que compartimos cuarto y tele. Y al verme llorando me dijo: “jálese un catre de esos”, refiriéndose a la cama que estaba junto a la suya. Nos reímos. Fue un hermoso momento.
Le puse aceite en las piernas y los pies, lo acaricié en los brazos y el pecho. Acaricié su frente y su cabeza, y me despedí. Lo dejé haciéndole la más hermosa de las sonrisas, mientras me dijo: “Que Dios te acompañe”.
Juntos hemos estado en casi cincuenta años de historia. Y hoy solo me resta agradecer a Dios por todos estos años que tuve en su compañía, y seguir escribiendo, sin él, las páginas que siguen.
Sé que lo voy a lograr, y lo sé por fe, aunque desde que recuerdo, no he tenido una vida sin él.
Durante muchos años hemos sido como “Pinky y Cerebro”, esos personajes de las caricaturas. Así nos llamaban nuestros primos y hermanos. Hoy solo soy “Pinky”, mientras que “Cerebro” ya vive en la presencia del Señor.

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Queridos amigos. Norman ha sido llamado al cielo.
Hagamos un ejercicio. Cerremos nuestros ojos en silencio. Concentrados. Y tratemos de sentir el aroma del queque que hoy él hornea para la fiesta de esta noche.
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Yo soy Vinicio Jarquin, y aunque estoy llorando de amor; y me duele el corazón, lo hago con fe y paz. Confiado en que todo es parte de un Plan Perfecto, y que Dios ha estado al control de todo este proceso, que aunque nos ha dolido mucho, ha sido hermoso.
Yo soy Pinky, devolviendo con humildad, al chiquito que Dios me prestó en 1969.

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          Vuela, mi querido Norman. “Que Dios te acompañe”.

Amén

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