El diario del artista II
Esta mañana, luego de ir al
taller de costura para ver un tema de telas para los uniformes de una empresa a
la que le estoy trabajando, pasé a la tienda Art Depot en Escazú, para comprar
unos pinceles para una compañera, que vive en Guápiles, que me pidió el favor,
y estando ahí, hablando con la dependiente que conozco desde hace varios años,
me llegó parte de la respuesta que estaba ansiando.
Mientras ella buscaba los
pinceles #12 y #14 de la marca Zen de Royal & Langnickel, que
son mis segundos pinceles preferidos actualmente, vi un estante con cientos de
pinceles orientales, probablemente chinos, de los que tengo muchas docenas, y
que he usado con gran éxito durante muchos años, y rápidamente me pregunté por
qué los había dejado de lado; por qué ya no pinto con ellos, y por qué los
guardé en una caja aparte, sin llevarlos a clases, usando más los Zen, y
mucho más los Black Gold y los Black Silver de la línea Dynasty,
que por cierto son mucho más caros que los fabricados en oriente, con cerdas
naturales.
Hablando con ella, recordamos
que estos pinceles cargan mucha más agua que los otros, detalle que algunos
compañeros me habían comentado y lo había olvidado, y que también yo sé
perfectamente; y le comenté que mis compañeros no los usan. Ella me preguntó
qué tipo de acuarelas hacían, y ahí se me abrió el panorama de lo que está
sucediendo, y recordé todo ese texto que había escrito, del tipo de acuarelas
que ellos hacen, y las que yo hago, incluso, me transporté un poco a cada uno
de los profesores de arte que he tenido, y mis diferentes formas de trabajar,
con cada uno de ellos.
Me fui hasta el tiempo con Moisés
Solera, el artista que me inició en el proceso de las artes plásticas,
recomendado por mi hermana, que había recibido clases con él. Fue hace mucho
tiempo, con total ignorancia del tema y con un presupuesto diferente, cuando
compré los pinceles sintéticos que me recomendó, qué, por supuesto todavía los
tengo, e hicimos juntos algunos trabajos de paisajismo.
Más adelante en el tiempo, tuve
la oportunidad de pintar varias veces con Carlos Cruz, en su taller; haciendo
algunas loqueras, siempre en términos de paisajismo, usando más brocha que
pincel, poniendo varios papeles a la vez y jugando con los pigmentos, muchas
veces el negro.
Los años pasaron y dichosamente
caí “en las manos” de Ariane Garnier, en su taller en Escazú. Durante muchos
meses fui con bastante regularidad, aunque no era una clase, sino más bien el
espacio en donde yo podía pintar lo que quisiera, con su guía y compañía. Ahí
hice algunos trabajos de paisajismo, figura humana y abstractos, todos ellos ya
con mis pinceles chinos u orientales, empezando mi gran colección de ellos, y
utilizando algunos otros productos, como sal, alcohol, plásticos y demás
materiales que me ayudaran para crear cosas diferentes, menos paisajismo,
aunque hicimos algunos, incluyendo mi mejor obra en ese sentido, una cabaña
italiana que fotografié desde un autobús en las Dolomitas en los Alpes, pero en
términos generales mis trabajos estaban siendo más expresivos.
Ciertamente, donde Ariane,
estaba llegando a lo que quería en el arte, expresarme, ser libre, crear cosas
únicas, pero que tuvieran un sentido. Su ayuda fue muy importante para mi y
para mi formación en estas disciplinas, aunque no quiero restar importancia a
Moisés y a Carlos Cruz, con quienes tuve momentos maravillosos y perfectos
escalones, uno a uno, para seguir subiendo. Y tampoco quiero decir que alguno
de ellos fuera más importante o mejor que el otro, sólo que eran diferentes
momentos de mi formación y de mi recorrido, y cada uno cumplió a cabalidad con
lo que yo esperaba, o mucho más.
Meses después de que el ciclo
ahí se cerró, llegué al taller de Emanuel Rodríguez, y ahí empezaba a jugar de
verdad.
Con Emanuel hicimos figura
humana abstracta, una verdadera experiencia, con quien pinté la que más me
gusta y que le regalé a mi hermano para que la pusiera en su cuarto, y que años
después volvió a ser mía, cuando él se fue al cielo.
Con Emanuel, también pasé a
otro nivel; y cuando mi tiempo con él llegó a su fin, yo pintaba en mi casa
obras, de técnicas aprendidas con Moisés, con pinceles sintéticos, hacía
trabajos como los que me ayudó a hacer Ariane, con pinceles orientales, dejé de
lado las brochas que usé con Carlos, y seguía jugando mucho con lo aprendido
con Rodríguez, usando muchos recursos, y verdaderamente disfrutando lo que
hacía.
Y así, con esta mezcla de
conocimientos, fui armando mi propia forma de pintar, disfrutando lo que hacía
y siendo muy libre a la hora de expresarme, mientras el agua corría por el
papel muy mojado, llevando el pigmento a los lugares exactos que yo deseaba que
fuera, aprendiendo a controlar la humedad y sintiendo la magia que crea el agua
mientras danza por la hoja blanca, dejando color a su paso.
Sin embargo, eso me estaba
encasillando un poco y me mantenía dentro de un estilo propio, y aunque mucho
me gusta, no me estaba dejando salir de ahí, y todo estaba resultando ser muy
similar.
Con esta nueva toma de
consciencia, y sabiendo que Juan Carlos Camacho tenía un grupo de estudiantes
en uno de sus talleres, decidí contactarlo, y actualmente estoy estudiando y
aprendiendo con él, y esta vez llevando anotaciones de cada clase, para no
olvidar cada uno de sus consejos y recomendaciones.
Tal vez llevado por mis
inseguridades, dejé la libertad de mi trabajo y me fui enfocando más en hacer
cosas similares a las que él hace. Claro que al decir similares me refiero al
tema, porque la verdad es que no podría hacer algo parecido a sus obras; y la
verdad es que no podría hacer nada como lo que hace Carlos, Moisés, Ariane o
Emanuel, pero igual ese no es el punto.
Empecé a disfrutar el
paisajismo con Juan Carlos, pinté tulipanes, el Castillo de Drácula, un
convento con flores de Lavanda y un paisaje de Capadocia en Turquía, y estaba
muy feliz entendiendo su manejo del agua, que era muy diferente al mío, sus
sombras que yo no conocía, su forma de aplicar el pigmento con cierta humedad,
el uso de las espátulas, las paletas, los pinceles planos, los lápices de color
acuarelables y el uso de los pinceles más secos. Y aunque todo esto era, y es,
una gran experiencia que no quiero terminar por ahora, a la vez me estaba, o está,
cortando las alas, encerrando mi libertad y dejándome llevar por su estilo, y
ya no por el mío.
En algún momento le comenté
esto, y le pedí que me ayudara a seguir sus recomendaciones, aprender de él y
ver temas nuevos, pero que comprendiera que yo quería ser libre en lo que
hacía, dejándome llevar. Por supuesto que él me entendió y estuvo de acuerdo en
hacerlo, incluso me parece que le agradó; pero yo, personalmente, había
amarrado mis alas, y mis palabras, por mi parte, se convirtieron sólo en
palabras, y no volaba.
Durante varias clases me ha
extrañado que algunos compañeros usen sólo un pincel a la vez, poniendo
pigmento, o si usan dos es para aplicar dos tonos o colores, y yo he estado
acostumbrado a usar dos, en donde uno tiene pintura y el otro con agua para
hacerla correr. También he sentido que sus maravillosos trabajos, porque
algunos son verdaderamente buenos, son de aplicación limpia, como si se hiciera
con acrílico, que, aunque está muy bien, no son la danza del agua que tanto
disfruto, específicamente esas noches en que meto el pliego de papel en el
tanque de agua, para sacarlo y pintar sobre esa capa de agua rebelde, que logro
controlar.
Todas estas tomas de
consciencia, y mientras estaba en Art Depot esta mañana, me hicieron darme
cuenta que mis pinceles orientales están guardados, igual que mi caballete, y
ahora sólo estoy pintando de manera horizontal. Me hicieron notar mis alas
amarradas y mi libertad auto encarcelada, y aunque quiero seguir aprendiendo de
la ruta por la que voy con Juan Carlos, quisiera desempolvarme mientras estoy
en casa, y tal vez mezclar lo suyo con lo mío, para lograr algo nuevo, porque
el paisajismo cuasi acrílico, no es el punto al que quisiera llegar.
Tengo muchas paletas de
acuarela, que podrían también usarse para acrílico, y tal vez no para óleo,
para no dejarlas manchadas, pero no las usaba porque yo no pinto con ellas. Yo
suelo poner gran cantidad de pigmento en un pozo de agua, en una paleta similar
a la bandeja de hacer hielos, y de ahí aplicarlo al papel, pero en esta clase
he empezado a comprar paletas, porque el método de aplicación es distinto. Con
un poco de humedad en la pintura, se aplica delicadamente en el lugar
necesario, creando lo que se quiere, pero sin la movilidad del agua, aunque
algunas tienen que ser sobre superficies muy húmedas.
Entonces, así como mis pinceles
orientales se escondieron en el closet del arte, así mismo salieron las paletas
viejas, o nuevas, para empezar a trabajar.
Hoy estoy notando que las
paletas que usé con Moisés solera, junto con los pinceles sintéticos, han
vuelto a la vida, y que el no uso de paletas, las paletas “de hielo” y los
pinceles chinos pasaron “a mejor vida”. Entonces, aunque a ratos puedo pintar
de una manera y a ratos de otra, ahora que tomé consciencia de lo que está sucediendo,
quisiera hacer una mezcla entre ambos “sistemas” o técnicas, y crear una
propia.
Tal vez pueda pintar un
paisajismo con Juan Carlos, entendiendo lo que me quiera decir, aunque como
otras veces tenga que repreguntar, pero haciéndolo “a lo loco”, a lo yo,
incluso con mis pinceles orientales que al fin y al cabo sólo “los expertos”
podemos controlar, por la cantidad impresionante de agua que guardan o
transportan en sus cerdas naturales. Y estoy seguro que JCC estará feliz de acompañarme
en esta nueva aventura, y llevarme de la mano hacia una buena obra, una que de
verdad sea de mi completo agrado, y en la que podamos incluir sus maravillosos
consejos, y su habilidad para sombrear un trabajo.
Hoy, en este momento en el que
estoy, me preguntó en qué instante dejé guardados los muchísimos pinceles
chinos, incluyendo algunos muy grandes y otros enormes, o los de colección que
cuestan miles de dólares cada uno, para enfocarme en los pequeños pinceles
desde el #1 hasta el #18 de las marcas Zen de Royal & Langnickel,
los Black Gold y los Black Silver de la línea Dynasty.
Mis inseguridades me estaban
“matando”, como de alguna forma lo expresé en mi escrito “Soy un buen
acuarelista”, y hoy entiendo qué es lo que estaba sucediendo.
Cuando pinté con Moisés y con
Carlos, era como si hubiera llevado un buen curso de fontanería, luego me hice
albañil autodidacta, y ahora llegaba al grupo de Juan Carlos, en donde me
encuentro a muchos maestros de obras, que me hacen sentir frustrado; aunque
recordemos que con Ariane fui libre de escoger, y que Emanuel me llevó a ser un
electricista, con maestría en electrónica.
Dejo, a partir de hoy, mis
frustraciones, entendiendo que estos compañeros de ahora están en un nivel
superior, en un tema distinto, y que, si logro hacer la mezcla de lo que fui,
más lo que Juan Carlos me enseñe, lograré estar donde quiero estar, en un nuevo
nivel.
Hoy es el día, en el que los
pinceles chinos, deben salir del closet, porque ellos y yo, necesitamos ser
libres en las artes plásticas.
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